Santiago de Cuba, 25 jul (ACN) Quizás el 25 de julio de 1515, cuando el Adelantado Diego Velázquez decidió fundar la última de las siete villas iniciales, tembló esta tierra, el sol fue más intenso, o las aguas azules de la bahía de bolsa abrazaron con más fuerza las montañas de la Sierra Maestra, como si la naturaleza hubiese querido modelarla fuerte y hermosa.
Su historia se levantó sobre tierras habitadas por indios del cacicazgo de Bayatiquirí, donde la palabra “Cuba” nombraba la zona.
En honor al Santo Patrón español, los conquistadores la llamaron Santiago, pero, cual símbolo de la rebeldía que la caracteriza hasta la actualidad, el nombre Cuba sobreviviría hasta convertirse en apellido de la ciudad y en denominación del país.
Quizás Velázquez no imaginaba que este sería el lugar por donde primero entrarían los esclavos africanos a la Isla, el sitio de refugio de los franceses que huyeron de Haití en los días de Revolución, o que no quedaría una calle ni piedra sin experimentar el dolor de las luchas por el futuro.
Santiago no fue espectadora, fue protagonista; difícil sería contar la historia de la nación sin narrar los acontecimientos acaecidos aquí: la Protesta de Baraguá, las conspiraciones independentistas y el asalto al cuartel Moncada, cuando los jóvenes de la Generación del Centenario decidieron cambiar el rumbo del país, escribiendo la primera página de la etapa de lucha que conduciría al triunfo de enero de 1959.
No en vano es la única en ostentar el título de Ciudad Héroe, pues su identidad está hecha de coraje: aportó 29 generales a las guerras libertarias del siglo XIX, entre ellos Antonio Maceo, y fue hogar de los revolucionarios Josué y Frank País, y de Vilma Espín.
Tal vez el colonialista no pensó que este territorio sería crisol de la cultura, aquí nacieron géneros que definen la esencia de Cuba y el Caribe: el son, ese ritmo mestizo que hace bailar al mundo; el bolero, que canta a los amores eternos; la tumba francesa, orgullo patrimonial; la trova, que aún late joven en la calle Heredia.
Esteban Salas, Electo Silva, Sindo Garay, Compay Segundo, Ñico Saquito, Eliades Ochoa son músicos que conquistaron el mundo y enorgullecen a esta provincia suroriental, junto a otros intelectuales como Fátima Patterson, Dagoberto Gainza, Alberto Lescay, Reinaldo Cedeño y Olga Portuondo, por solo citar algunos.
La ciudad dio otro regalo al mundo: el ron ligero, en la catedral de esa bebida, maestros audaces transformaron la rudeza del aguardiente en un licor suave, aromático y elegante que se convirtió en el mejor del mundo, símbolo de alegría y tradición.
Esta es una urbe en movimiento, sonante, cosmopolita, con un caminar sandunguero de cadera arriba y abajo por Enramadas, Padre Pico, San Francisco, Plaza de Marte o el parque Céspedes; es conga y carnaval; es el lugar donde cada septiembre miles de devotos caminan kilómetros para llegar al Santuario del Cobre y pedir ashé y prosperidad a Cachita.
Y si hablamos de deporte, qué decir de ese Guillermón eufórico cuando las Avispas pican con más fuerza, donde se vive con pasión y roce de piel a piel cada out y cada jonrón; es la casa de Omara Durand y Ana Fidelia Quirós, íconos del atletismo mundial.
Ser santiaguero es una condición de vida; un orgullo defendido por sus habitantes, quienes, con espíritu humilde e indomable, luchan, aman, crean y reinventan cada jornada por tenerla más limpia y linda.
Santiago nació con la vocación de ser grande, fue dos veces capital de Cuba, y aunque ha sufrido incendios, sismos, huracanes y pandemias, como el ave fénix ha sabido renacer, cada vez más fuerte y hospitalaria.
Hay ciudades que se sueñan, otras que se viven y perduran en el tiempo, Santiago de Cuba pertenece a estas últimas.
Hoy cumple 510 años, y no envejece, se renueva sin perder su esencia, pues en cada esquina, balcón y calle empinada o adoquinada se palpa su historia, la belleza de su trazado y el compás eterno de sus tambores.