Para no variar en su accionar desde que incluso andaba en trajines electorales, el actual presidente de EE.UU. , Donald Trump, ha actuado una vez más contra la corriente desoyendo a sus partidarios y, lo que es peor aún, al pueblo estadounidense.
Dejando a un lado los buenos consejos -porque evidentemente estuvo mal asesorado--, pues escuchó a quienes no debía, entre ellos a algunos personajillos de La Florida, y obviando los resultados de encuestas entre sus coterráneos acerca de la eliminación del bloqueo y de las restricciones de los viajes a Cuba, decidió por volver al lenguaje de la Guerra Fría.
Ya el auditorio y la sede (Miami) daban mucho qué pensar, y su actuación solo agradó a quienes solícitos lo rodeaban -en realidad aquello parecía más un circo que otra cosa- y dio marcha atrás a un grupo de temas que se habían encaminado en los últimos años, tras los entendimientos entre Washington y La Habana.
Nunca ocultó que estaría encantado en borrar de un plumazo los avances en los nexos bilaterales, alcanzados durante la administración Obama, aunque no lo logró como era la intención de Marcos Rubio y Díaz-Balart, dos de sus escuderos en la ciudad miamense.
El alcance real de la nueva directiva de la Casa Blanca no se conocerá en lo inmediato. Habrá que esperar por las regulaciones de los departamentos del Tesoro, Comercio y Estado para saber hasta dónde llegarán las sanciones, y luego su implementación tomará meses.
Básicamente en su posición, Trump ataca dos temas principales: la prohibición de los viajes individuales de los estadounidenses a la ínsula y las relaciones comerciales de compañías de aquel país con empresas vinculadas a la defensa nacional y a los servicios de inteligencia y de seguridad de Cuba.
Y aunque la nueva directiva endurece los viajes de los naturales de La Unión y el comercio, no elimina los cruceros, los vuelos, el correo postal directo ni ningún otro acuerdo importante suscrito con la anterior presidencia.
Desde que se hizo pública tal postura, las reacciones adversas no se han hecho esperar, ni dentro ni fuera del propio Estados Unidos.
Cuba, como siempre, ha sido diáfana en su postura de mantener los diálogos, pero en un plano de igualdad y sin que se menoscabe jamás su soberano derecho a decidir por sí misma.
Justamente, la Declaración del Gobierno Revolucionario, dada a conocer en La Habana el mismo día en que Donald Trump habló en Miami, cierra su contenido con un párrafo definitorio:
“Como hemos hecho desde el triunfo del Primero de Enero de 1959, asumiremos cualquier riesgo y continuaremos firmes y seguros en la construcción de una nación soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”.
Luz Marina Fornieles Sánchez
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22 Junio 2017
22 Junio 2017
hace 7 años