Aunque Ciego de Ávila es el epicentro de la celebración del aniversario 72 del asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo; en todo el país palpita el heroísmo del 26 de Julio, al evocarse la gesta en que intrépidos jóvenes estuvieron dispuestos a dar la vida para impedir que el Apóstol de la independencia José Martí muriera en el año de su centenario.
Como testigos excepcionales de la epopeya, santiagueros y bayameses tienen un vínculo afectivo e histórico con tan audaz hecho; es su fecha cumbre y cada conmemoración se siente como fiesta propia, esperada con compromiso y emoción por obreros, estudiantes, campesinos, intelectuales, científicos, artistas, deportistas, para ofrendarle lo mejor de su creación y esfuerzo.
Tan arriesgada acción armada por miembros del Partido Ortodoxo, bajo el liderazgo del joven abogado Fidel Castro, pretendía atacar simultáneamente el Moncada y el “Carlos Manuel de Céspedes”, para derrocar al dictador Fulgencio Batista, que ascendió al poder tras un golpe de estado, el 10 de marzo de 1952, y empeoró la crisis de las instituciones políticas y los gravísimos problemas sociales existentes.
La granjita Siboney, que sirvió previamente de campamento, fue testigo del ardor y convicción de los asaltantes en la misión que cumplirían y del poema Ya estamos en combate, de la autoría de Raúl Gómez García, considerado el Manifiesto del Moncada, contentivo de los principios y objetivos revolucionarios y justificaba la operación como continuación de la lucha histórica por la plena independencia y la libertad de la Patria.
Así la Generación del Centenario, con más coraje que balas, tenía la estrategia de una vez tomada la segunda fortaleza militar del país y por las condiciones que presentaba la ciudad le facilitaría la defensa, y cuando fuera ocupada si había que abandonarla dar comienzo a la lucha guerrillera; mientras que con respecto a la instalación bayamesa sería respaldo vital, al evitar la llegada de refuerzos del régimen hacia la urbe indómita.
Aunque se escogió con toda intención un domingo de carnaval y hubo compartimentación de la información con un solo santiaguero, Renato Guitart Rosell, entre los participantes; sobrevino el fracaso militar por diversas razones como el fallo del factor sorpresa, mas supieron convertir el aparente revés en victoria porque estremecieron el sentimiento patriótico nacional y reiniciaron la contienda emancipadora, iniciada por el Padre de la Patria, el 10 de octubre de 1868.
A pesar del derroche de valentía y dignidad, los asaltantes no pudieron tomar la fortaleza. La orden del dictador fue eliminar a 10 revolucionarios por cada soldado del régimen muerto en combate, así la masacre se generalizó y fueron asesinados la mayoría de los moncadistas, mientras los sobrevivientes fueron detenidos tras feroz cacería, enjuiciados y condenados a prisión.
Hoy se recuerda como un suceso trascendente en el devenir histórico de la nación, y en su honor se cumplen tareas para avanzar en el quehacer socioeconómico, a pesar de coyunturas difíciles como las que vive el país; es una manera de rendir tributo a los héroes y mártires de la épica acción por un pueblo que no olvida el ejemplo de quienes dieron el primer paso.
Tampoco olvida el gesto altruista de quienes vinieron ese día a Santiago de Cuba tras vender sus pertenencias, con sus propios ahorros, y simbolizaron el pensamiento anticipador de Martí de que el verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.
Los integrantes de la vanguardia en la lucha clandestina contra el régimen encendieron la llama convertida en fuego que propició el triunfo, el 1 de enero de 1959, convencidos de que había llegado la hora de transformar la precaria situación de la isla en asuntos tan vitales como la salud, la educación y el trabajo, y donde las clases pobres no tenían acceso a los medios de vida indispensables, sufrían todo tipo de maltratos y vejaciones.
Fidel, convertido en el más leal y consecuente discípulo del Héroe Nacional, a quien adjudicó la autoría intelectual del asalto al cuartel Moncada, tuvo la visión política e ineludible agudeza para seleccionar a quienes lo acompañarían en la épica proeza de atacar bastiones de la tiranía.
Más fogueado y experimentado en esos avatares, entre los cerca de 135 asaltantes escogió como segundo jefe a Abel Santamaría Cuadrado, de intrepidez y valor a toda prueba, y profunda raíz martiana, aspecto que lo unió indisolublemente al jefe de la tropa, otro ferviente y probado martiano.
A la luz de estos tiempos se comprende que solo un hombre con las virtudes de Fidel fue capaz de concebir y dirigir una acción de tanta envergadura, al sustentar sus ideales y criterios de soberanía apelando a las doctrinas de Martí, y quien en muchas ocasiones encumbró aquellas palabras del Maestro que afirmaban que “la libertad costaba muy cara, y era necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.
Hoy se evoca a los que siguieron haciendo Revolución junto a Fidel, Raúl, Juan Almeida y Ramiro Valdés. Se evoca a Abel, Boris Luis Santa Coloma, José Luis Tassende, Renato Guitart, Mario Muñoz Monroy, Jesús Montanés Oropesa, el poeta Raúl Gómez García, y tantos otros que del sacrificio y desinterés personal llegaron a la gloria para salvar a la vilipendiada nación.
Se recuerda, especialmente, a las dos únicas mujeres que participaron en la gesta, Haydée Santamaría Cuadrado y Melba Hernández Rodríguez del Rey, de las cuales dijo Fidel en el juicio por los sucesos del Moncada: “Nunca fue puesto en un lugar tan alto el heroísmo y la dignidad de la mujer cubana”.
Ellos y otros buenos hijos de Cuba cimentaron la obra que se mantiene viva, a pesar de amenazas, agresiones y un genocida bloqueo implantado por los Estados Unidos hace más de 60 años, con la pretensión de destruir una Revolución legítima que sigue firme en la edificación del socialismo próspero y sostenible, como ha reiterado Raúl Castro, uno de los asaltantes al Moncada.
En una de las celebraciones más recordadas que conmovió a los santiagueros y caló hondamente en el sentimiento nacional, la del aniversario 20 de la hombrada, en 1973, el Comandante en Jefe citó los encendidos versos del intelectual revolucionario Rubén Martínez Villena.
“Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones; para vengar los muertos, que padecen ultraje, para limpiar la costra tenaz del coloniaje; para poder un día, con prestigio y razón, extirpar el Apéndice de la Constitución;… para que la República se mantenga de sí, para cumplir el sueño de mármol de Martí;… para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos la patria que los padres nos ganaron de pie”.
Y nuestro Fidel concluyó emocionado, ante los cerrados aplausos del pueblo henchido de orgullo, en fila apretada reunido en el mismo escenario del hecho: “Desde aquí te decimos Rubén que el 26 fue la carga que tú pedías”.
Ya suman 72 años de disparos certeros para otorgarle la fortaleza necesaria a esta obra digna y altiva, por la que los cubanos han echado rodilla en tierra para mantener incólume la Patria que los padres les ganaron de pie.