En Cacarajícara se detuvo la ofensiva de Weyler

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Jorge Wejebe Cobo | Foto: Archivo
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14 Mayo 2025

   La elevación de Cacarajícara se encuentra al sur del pueblo de Bahía Honda, en Pinar del Río, y durante  la campaña invasora de Antonio Maceo era una zona agreste que abrigaba un importante hospital de campaña mambí, talleres de logística y otros medios defendidos desde varias emboscadas por alrededor de 25 combatientes  casi sin municiones, que el 30 de abril de 1896 enfrentaron  el avance de una fuerte columna española con apoyo de artillería,  dirigida por el general Julián Suárez Inclán.

   Para entonces había culminado con éxito la campaña de la invasión y la situación militar en el territorio pinareño se caracterizaba por  la iniciativa militar de los cubanos que ocupaban las montañas donde se instalaban  los más perentorios servicios de logística, sanitarios, para el descanso y reorganización de las tropas previo a las acciones ofensivas contra los pueblos, puestos de vigilancia, fortificaciones y centros agrícolas fortificados  de las tropas colonialistas, que solo podían moverse en composición de grandes columnas y vías de acceso siempre bajo el acoso de los mambises.

   Ante esa situación para el mando peninsular,  Cacarajícara era una especie de puerta que había que abrir, liquidando primero a todos los defensores, enfermos y heridos,  para entonces iniciar una contraofensiva con el fin de invadir los dominios liberados en las serranías pinareñas.

   Esos eran los objetivos que planificó  desde su seguro despacho en  La Habana  el  capitán general  Valeriano Weyler, quien se retorcía en su odio y frustración por la llegada de la columna  invasora del Mayor General Antonio Maceo el 22 de enero de 1896 hasta el extremo occidental del país, en Mantua, después de atravesar la Isla derrotando a las fuerzas colonialistas e incendiando  sus bases económicas, principalmente los ingenios y otras plantaciones que sostenían la guerra.

   El Titán de Bronce al conocer el peligro que amenazaba a  Cacajícara  acudió al lugar con alrededor de 170 combatientes  y gran escasez de municiones que fueron utilizadas en los primeros encuentros  en los caminos de acceso al campamento y frente a la imposibilidad moral de abandonar a sus compañeros el jefe mambí ordenó la carga al machete con los pocos proyectiles de sus revólveres.

   Posiblemente aquella carga hubiera terminado en una tragedia, sin la llegada oportuna de un refuerzo mambí de 150 hombres, dirigidos por el coronel Juan Emilio Ducasse y surtidos de municiones y armas  por una expedición que arribó a las costas de esos predios en los días previos.

   Ante el cambio favorable, Maceo continúo la batalla de defensa escalonada en los accesos del campamento entre los cuales se movía con sus escoltas dirigiendo personalmente el fuego certero contra las tropas enemigas que continuaban intentando avanzar a pesar de sus bajas.

   En el combate se dio el caso poco visto de una pieza de artillería española junto a sus servidores y escoltas,  que dirigía el ataque contra las trincheras cubanas, y fueron liquidados junto a su oficial por el fuego de la infantería que se movía incesantemente entre los accidentes de la zona.

   El general Julián Suárez Inclán buscó refugio, en unión de sus diezmadas tropas, en unas antiguas trincheras de los mambises en espera de la caída de la noche para continuar su retirada hacia Bahía Honda, siempre hostigados y dejando atrás armas y medios que los insurrectos recogían con rapidez.

   Los hispanos tuvieron más de 200 muertos y heridos, y  los cubanos en las dos jornadas de enfrentamiento, cinco muertos y 13 heridos.

   Recoge una anécdota de la época que Maceo al contemplar el resultado de la batalla pronunció entre risas: ¡Que cáscara de jícara! Lo que provocó los vítores de su tropa.

   La prensa integrista y los voceros del mando español trataron de engañar a la opinión pública y hacer aparecer la derrota como una victoria, pero la gran cantidad de heridos y las bajas ibéricas no se pudieron ocultar y el desempeño de Weyler quedó en entredicho. En 1897 fue relevado no solo por sus fracasos militares  sino sobre todo por sus prácticas de la reconcentración de la población rural cubana, que provocó más de 200 mil fallecidos por hambre, enfermedad y asesinatos.