El tiempo no ha hecho sino acrecentar el asombro y la admiración ante el legado de Ignacio Agramonte y Loynaz, el Mayor por antonomasia de las huestes libertarias cubanas, a 143 años de su caída en combate en Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873.
Solo tenía 31 años cuando una bala mortal impactó su sien derecha y segó su existencia mientras peleaba en los campos del honor y de batalla por la libertad de la Patria.
Muerto en plena juventud, aquel primer soldado pasó por la vida de manera fulgurante y sin tacha. Es un referente real y legendario al mismo tiempo, que siempre convida a meditar sobre las virtudes a veces inimaginables de los héroes destacados en edades muy tempranas.
Alcanzó el grado de Mayor General del Ejército Libertador en la Guerra de los 10 años, de la que fue uno de los líderes más connotados desde su incorporación, a fines de 1869, a la campaña iniciada por Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.
Antes había actuado como abogado a favor de la causa revolucionaria.
A su arrojo y valentía, que probó durante más de tres años y medio en los campos de batalla, en más de 100 combates, se unió pronto su creciente capacidad de estratega militar brillante, calificada por algunos de sus contemporáneos como sencillamente genial, tan perito era en tácticas y planificación de acciones con rapidez de vértigo.
Bajo su mando, la célebre caballería camagüeyana, brilló en acciones audaces, heroicas e inteligentes que propinaron golpes contundentes al colonialismo. Tenía un trato amable y asequible con sus subordinados, pero sus tropas se regían por una alta organización y disciplina.
Era de estampa airosa y gallarda este joven principeño, a quien se le llegó a llamar El Bayardo, por su caballerosidad y osadía. En su primera juventud practicó la esgrima, deporte en el cual fue extremadamente diestro y que dio a su figura complexión atlética y fortaleza muscular, a pesar de ser muy alto y delgado.
Nació en la ciudad de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 23 de diciembre de 1841 en el seno de una familia acaudalada y librepensadora, de activa presencia social en la próspera villa. Ambos padres supieron inculcar en el niño y joven Ignacio, una educación esmerada que estimulaba su inteligencia y acendrados valores cívicos.
Realizó los primeros estudios en la ciudad natal hasta la edad de 11 años. Todavía un niño viaja a España y cursa en Barcelona Latinidad y Humanidades durante tres años. Matriculó más tarde en la Universidad de esa ciudad hispana en 1856.
Sin embargo, regresó a Cuba al año siguiente y comenzó más tarde la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana. Allí se gradúa primero como Licenciado en Derecho Civil y Canónigo, en junio de 1865. El 24 de agosto de 1867 obtuvo el Doctorado.
Desde el claustro universitario un alegato patriótico hecho en 1862 a favor de cambios y justicia social en su país hizo avizorar la talla del revolucionario todavía en ciernes, pero que en él se gestaba.
Después de graduado en el 67, ejerció la profesión en La Habana por un corto tiempo y a mediados de 1868 se estableció en Puerto Príncipe, también ejerciendo de abogado. El primero de agosto de 1868 se casó con la bella Amalia Simoni Argilagos, culta principeña quien fuera el amor de su vida, tan patriota y virtuosa como él. La historia de amor entre Ignacio y Amalia es todo un importante capítulo, aunque no aparte, de la vida del patriota.
Fue uno de los fundadores de la junta revolucionaria de Camagüey. Participó en las labores conspirativas que condujeron al alzamiento de sus coterráneos el cuatro de noviembre de 1868, en el paso del río "Las Clavellinas". Se unió a los alzados el día 11.
Su primer combate como jefe de las tropas lo libró el tres de mayo de 1869, en "Ceja de Altagracia".
Más adelante, el 17 de mayo de ese año renunció al mando por estar en desacuerdo con decisiones del Gobierno en armas, hecho que repitió el primero de abril de 1870, al agudizarse sus discrepancias con el presidente Carlos Manuel de Céspedes. En las dos oportunidades, el Mayor puso los intereses de la unidad de la Patria por encima de todo y en ambas ocasiones volvió a dirigir las fuerzas combativas de su región.
El 10 de mayo de 1871 se extendió su mando hasta la provincia de Las Villas.
A partir de esa etapa brilló más que nunca como estratega militar. Se recuerda con letras de oro en el libro de la historia su fulminante y exitosa acción de rescate al brigadier Julio Sanguily, un compatriota mambí hecho prisionero por los españoles.
La acción relámpago dirigida por Agramante al frente de un destacamento vanguardia tomó por sorpresa al enemigo, el cual tuvo 11 bajas. El Mayor, al describir el combate expresó que sus soldados pelearon como fieras e iban dispuestos a vencer o morir.
En la madrugada del 11 de mayo de 1873 llegaron noticias de la presencia del enemigo en Santana de Cachaza. El Mayor arenga a su tropa para la batalla que emprenderían.
Jimaguayú, 32 kilómetros al suroeste de la ciudad de Camagüey, era una zona muy conocida por Agramante. Empero, quiso el destino que entrara en la inmortalidad en sus predios.