De Baraguá, la voluntad que anima a los cubanos

Compartir

ACN - Cuba
Martha Gomez Ferrals
194
13 Marzo 2025

  El 15 de marzo de 1878 el General Antonio Maceo y Grajales protagonizó una de las acciones más gloriosas de la historia cubana, a consideración de José Martí, al realizar la Protesta de Baraguá, en desacuerdo con la capitulación del Zanjón, pactada por una parte del mando del Ejército Libertador, a instancia del Capitán General español Arsenio Martínez Campos.

   La primera guerra de independencia (1868-1878) llegaba a su fin, según lo estipulado en la Paz del Zanjón, documento elaborado por el militar colonialista, el 10 de febrero anterior.

   Constaba de siete acuerdos o proposiciones de paz y en su rúbrica ilegal participó el llamado Comité del Centro, integrado por un grupo reducido de jefes mambises que había sustituido a la Cámara de Representantes de la República en Armas, disuelta durante la Junta de San Agustín.

   La protesta de los patriotas encabezados por el Titán de Bronce tuvo como escenario el enclave llamado Mangos de Baraguá, al este de El Zanjón, perteneciente a Puerto Príncipe, hoy Camagüey.

   En ella se distinguió la oposición tajante al fin de la guerra que tanta sangre y sacrificios había costado, y se sustentaba entre otras razones en que la paz impuesta por el poder peninsular no contemplaba la independencia de Cuba y menos, la abolición de la esclavitud, dos principios medulares de la contienda emancipadora.

   No tan bueno en las maniobras de los campos, el Capitán General en cambio mostraba destreza en la concepción de planes tendentes a las conciliaciones y acuerdos entre elementos divergentes, por lo cual en su tierra se ganó el mote de El Pastelero.

   Se sumaba a su favor la desunión cabalgante entre las filas de los patriotas, dentro y fuera del escenario de los enfrentamientos militares, y la depauperación por las carencias materiales, en logística, armamentos, alimentación y las enfermedades, condiciones agravadas por la situación económica de un país castigado por una guerra prolongada.

   Aun así, los patriotas verdaderos, como Antonio Maceo, pensaban que no había razones para una capitulación humillante, que llenaba de deshonor la causa.

   Si bien los propios problemas internos de los revolucionarios marcaron el desenlace del Zanjón, alrededor del insigne héroe se nuclearon combatientes tan intransigentes como él, quienes lo respaldaron en la Protesta cuando finalmente el español le presentó el documento.

   Antonio Maceo -desde el mismo inicio de la acción liberadora- conoce de la existencia en miembros del Ejército Libertador, colaboradores y partidarios, de fuertes tendencias divisionistas, propugnadoras de la indisciplina y la anarquía en las filas y en los mandos. Él, soldado por excelencia, amante del orden y la disciplina, se aparta de tales fracciones y se dedica a combatir al enemigo.

   Fue su entrega total a la causa, junto a otros familiares ilustres como él, que lo hizo ascender en la batalla y alzar la pericia de estratega y combatiente tan grande que tuvo.

   Sin poder evitar la entronización del proceso terminado en el Zanjón, no dudó en plantear su posición al respecto y oponerse a la paz ominosa.

   Dicen que Martínez Campos tenía la confianza de que aquello sería pan comido cuando llegó al campamento de Maceo y su tropa.

   Pero el jefe mambí ni siquiera le permitió leerle el tratado de paz, cuando le extendió la mano para mostrárselo.

   El Titán de Bronce le comunicó que no hacía falta leerlo, que sabía cuáles eran sus condiciones y estas eran inaceptables. Los hijos de esta tierra saben que no hubo entendimiento alguno, sino oposición total a la claudicación del 10 de febrero de 1878, y el fin del encuentro fue el anuncio del comienzo de las hostilidades.

   Maceo calificó el Pacto del Zanjón como “una rendición vergonzosa y por su parte inaceptable”.

   No obstante, el hecho de que los colonialistas se vieran obligados a proponer un pacto representó un reconocimiento tácito de la existencia de la nacionalidad cubana y de su beligerancia.

   Cierto es que la insurgencia nacional necesitaba de un proceso político-militar que permitiera sanar y unir, luego reorganizar sus fuerzas, y también la creación de una estrategia militar global y la profundización del proyecto inicial. Los cubanos, en esas condiciones, podían lograrlo.

   José Martí lo entendería más adelante y obraría años después con esos objetivos al organizar la Guerra Necesaria.

   Para ello tuvo muy claro a dónde ir a tocar puertas, y sabía que entre estas estaban las de Antonio Maceo y Máximo Gómez, y otros padres fundadores.

   La respuesta de Maceo en defensa de la dignidad de la recién nacida nación cubana y de los valores considerados sagrados por sus hijos, hicieron de la Protesta de Baraguá el símbolo que hoy es.