Calixto García Íñiguez, grande entre los patriotas grandes

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ACN - Cuba
Martha Gómez Ferrals
878
11 Diciembre 2023


 
   A 125 años de su fallecimiento mientras cumplía con su deber en tierra extraña, la estrella del Mayor General Calixto García Íñiguez aún envía  fulgores patrióticos a sus coterráneos de hoy,  quienes se inspiran en su ejemplo en tiempos de trabajo arduo y esfuerzos sin rendición posible.

   El 11 de diciembre de 1898 una fulminante pulmonía abatió al General de las tres guerras  en Washington, adonde había acudido el  recio jefe mambí a reclamar en el corazón del país usurpador de la independencia cubana el reconocimiento del Ejército Libertador, vejado y desconocido por la potencia.

    Lo que nunca lograron los embates guerreros ni el disparo autoinfligido en nombre del honor, pudo hacerlo una artera dolencia que de manera inesperada y breve segó su vida quebrantada de manera muy dolorosa en aquellos días por la muerte de una hija apenas adolescente.

  Sus paisanos y muchos connacionales lo llamaron el León Holguinero, por su bravura y múltiples destrezas en el campo de la estrategia militar, pero, además, se ha quedado por siempre en la memoria la frase del Apóstol José Martí cuando lo calificara como el hombre de la estrella en la frente, en recuerdo a la cicatriz que marcara en su rostro la salida de una bala y como distinción por su intachable y grande trayectoria.

  Llegó al mundo el 4 de agosto de 1839 en la ciudad de Holguín, tempranamente debió asumir faenas de la actividad del comercio, al tiempo que estudiaba de manera autodidacta con el propósito de hacer carrera universitaria, primero en Bayamo, luego en La Habana, y finalmente en Jiguaní, Oriente.

   Como no logró cumplir ese sueño tuvo que dedicarse en la campestre comarca de Jiguaní a dirigir y trabajar en el tejar perteneciente a su madre, Lucía Iñiguez, y se casó muy joven con Isabel Vélez, con quien formó una familia de seis vástagos.

   Cuando estalló la primera guerra de independencia el 10 de octubre de 1868 también administraba las cuentas de un terrateniente lugareño, muy
cerca de la región donde se desarrollaban esos históricos sucesos.

  Al vincularse a la guerra el 13 de octubre de ese año, comenzó a destacarse, primero al mando del General Donato Mármol , y luego fue integrante del Estado Mayor del mismísimo General Máximo Gómez, a quien llegó a sustituir más adelante, por su valentía y la pericia que mostraba como estratega militar.
   Era característico en él la rapidez de su inteligencia natural, que lo hacía aprender con eficacia de su propia experiencia y del saber de sus jefes, y además añadirle su creatividad y emprendimiento incesante.

   De este modo desde temprano pudo hacer gala de notables conocimientos militares, incluso asombrosamente técnicos, todos gracias a métodos autodidactas.

   Fue el general que mayor empleo llegó a hacer de la artillería;  planificaba eficazmente el asedio y toma de comunidades y ciudades, así  como los asaltos de columnas enemigas. Participó en la Guerra de los Diez Años, la  Guerra Chiquita y la Guerra Necesaria.

   Combatiendo bajo el mando del Mayor General Máximo Gómez, luchaba con el  grado de General de Brigada y se convirtió en jefe del estado mayor del Generalísimo en tiempos en que el dominicano era el jefe de la División holguinera.

   En 1873 estuvo entre los que respaldó la deposición de Carlos Manuel de Céspedes, como presidente de la República en Armas.

   Comenzó después a dirigir la guerra en toda la provincia de Oriente.

  Tras múltiples batallas durante 1873 y 1874, marchó al frente de mil 200 hombres hacia Camagüey. Con el acuerdo de realizar la invasión a Las Villas, regresó a Oriente en marzo, y tuvo que sofocar el motín provocado por el teniente coronel Payito León, en Las Tunas.

   En septiembre de 1874, el enemigo logró cercarlo en San Antonio de Baja, próximo a Bayamo. Prefirió morir por su propia mano antes de caer en manos de los españoles y se disparó debajo de la barbilla. No consiguió su fin:  la bala salió por la frente, dejando una marca para siempre.

   Ya en estado de extrema gravedad tras su acción fue hecho prisionero y enviado a cárceles hispanas, donde permaneció cuatro años. Con el Pacto  del Zanjón, ocurrido el 10 de febrero de 1878, fue puesto en libertad ese propio año.

   Decidió marchar a Nueva York con el propósito de preparar una nueva guerra y allí presidió el Comité Revolucionario Cubano que alistó la  llamada Guerra Chiquita. Tras intentos abortados, desembarcó por la Playa Cojímar, al oeste de Santiago de Cuba, el 7 de mayo.

   Sintiéndose enfermo y al ver que no existían condiciones para la lucha, capituló el 3 de agosto en Mabay, cerca de Bayamo. Fue deportado a
España, donde residió hasta que comenzó la Guerra del 95, cuando se trasladó a Nueva York.

   Nuevos horizontes se abrieron ante él con el estallido de la Guerra Necesaria organizada por José Martí,   y consiguió desembarcar nuevamente en su amada isla el 24 de marzo de 1896, al frente de 78 expedicionarios, por el enclave Maraví, a 10 kilómetros al noroeste de  Baracoa. 

   Su impronta no se hizo esperar, pues  fue meteórico y descollante como eficaz jefe militar. Tras la caída del Mayor General Antonio Maceo el 7 de diciembre de 1896, fue nombrado Lugarteniente General del Ejército Libertador, manteniendo el cargo de jefe del Departamento Oriental.

   Cuando Estados Unidos intervino para frustrar la independencia a punto de ser ganada gloriosamente por los mambises, a pesar de la contribución de los cubanos en armas a la toma de Santiago de Cuba, las tropas estadounidenses negaron la entrada a la ciudad de las huestes del General García, un vejamen imperdonable.

  Indignado por la acción humillante y de fuerza, García renunció al cargo de jefe del Departamento Oriental y marchó con sus tropas hacia Jiguaní.

  El 13 de septiembre de 1898, el Consejo de Gobierno lo destituyó del cargo de Lugarteniente General del Ejército Libertador. Aun así, días después hizo su entrada en Santiago de Cuba, donde fue objeto de un gran  recibimiento popular.

   Los acontecimientos propiciaron su viaje posterior a Washington para procurar el reconocimiento merecido a los verdaderos libertadores, así como los recursos financieros necesarios para el licenciamiento de los miembros de su heroico ejército.

  En esa misión ocurrió su lamentable deceso. Grande entre los grandes fue este patriota inclaudicable.