En contra de lo que era de esperar, el Ejército Rebelde con desventaja numérica de uno a 15, al tener solamente 200 combatientes mal armados y escasez de municiones, derrotó en pocas semanas a la más grande movilización militar denominada Ofensiva de Verano, iniciada el 25 de mayo de 1958 y compuesta por 10 mil efectivos de las fuerzas batistianas.
El Estado Mayor del ejército, envalentonado por la sangrienta represión a la Huelga General del 9 de abril de ese año comenzó esa operación por el pueblo de Las Mercedes en dirección a la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata y a sus destacamentos principales con 14 batallones y siete compañías independientes, apoyo de artillería, tanques, naves de la Marina y la aviación.
Por la abrumadora ventaja de hombres y armas implicados en la Ofensiva de Verano, que se confeccionó siguiendo indicaciones de la misión militar estadounidense con oficiales veteranos de la Segunda Guerra Mundial, se previó que garantizaría la victoria sobre los rebeldes.
Resultó notorio el optimismo con que el General Francisco Tabernilla, jefe del ejército, y sus colaboradores despidieron a las tropas que abordaron los aviones en el aeropuerto de la entonces Ciudad Militar de Columbia.
La idea operativa general era remontar las montañas para tomar por asalto las posiciones guerrilleras y desalojarlas de las alturas de la Sierra Maestra hacia la zona costera de Pilón, donde los batallones de infantería con apoyo de blindados, artillería y fuerza aérea cercarían a los sobrevivientes y los liquidarían.
Pero en los planes del Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro, no se encontraba el repliegue. Había concebido una defensa escalonada en unos 30 kilómetros cuadrados alrededor de la Comandancia, basada en la preparación ingeniera de las mejores ubicaciones, desde las que un reducido grupo de combatientes podía hacer la mayor cantidad de bajas posibles y retrasar el avance.
De esa forma los rebeldes pasarían a una etapa superior de defensa en la zona de la Comandancia General en La Plata, para lo cual Fidel ordenó la concentración secreta de las columnas de Juan Almeida, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés y parte de la de Crescencio Pérez, mientras el Segundo Frente Frank País mantendría la región impidiendo cualquier avance del enemigo y serviría de retaguardia estratégica.
También quedó organizada entre los rebeldes una logística que incluyó servicios médicos, fabricación de minas, centralización por la jefatura de municiones y otros recursos de guerra, e+-n tanto el campesinado garantizó alimentos a las fuerzas en las distintas direcciones donde combatían y se establecieron reservas de combatientes en la escuela de preparación combativa de Minas del Frío.
La estrategia del Comandante en Jefe de aceptar el reto del enemigo en esas condiciones desfavorables se basaba en la confianza y seguridad que tenía en la capacidad de lucha y el valor del Ejército Rebelde, que además tenía conocimiento del enemigo en más de un año de combates, en los cuales había mostrado una baja moral y solo era fuerte en pueblos y cuarteles donde reprimía con saña.
Esa realidad se puso de manifiesto desde los primeros días de la Ofensiva de Verano en el pueblo de Las Mercedes, donde centenares de soldados fueron detenidos por un pequeño grupo de rebeldes.
Sobre ese hecho Fidel expresó: “Nuestros muchachos se batieron valientemente durante dos días, en una proporción de uno contra 10 o 15; luchando, además, contra morteros, tanques y aviación, hasta que el pequeño grupo debió abandonar el poblado. Era comandado por el Capitán Ángel Verdecia, que un mes más tarde moriría valerosamente en combate”.
En las sucesivas semanas el avance enemigo se fue haciendo más lento, como lo reconoció el General Eulogio Cantillo, jefe de Operaciones, quien escribió en un informe: “Nuestra ofensiva, como un resorte que se extiende, fue perdiendo impulso a medida que llegaba al final hasta el actual impase”.
Una de las victorias del Ejército Rebelde se produjo durante la batalla de Santo Domingo, donde resultaron derrotadas las tropas del coronel Sánchez Mosquera, considerado uno de los jefes más agresivos y asesinos, quien perdió más de 80 soldados, gran cantidad de armas y municiones, y resultó herido de gravedad.
Aunque la ofensiva se mantuvo durante los dos meses y medio posteriores, no alcanzó ninguno de sus objetivos estratégicos y el ejército de Fulgencio Batista, al decir del comandante Ernesto Guevara, ”salió con su espina dorsal rota” y perdió más de mil hombres entre muertos, heridos, prisioneros y desertores.
El Ejército Rebelde ocupó 600 armas, un tanque, dos morteros, 12 ametralladoras de trípode, más de 20 fusiles ametralladoras y un sinnúmero de armas automáticas; además una enorme cantidad de parque y equipos de toda clase, y 450 prisioneros que fueron entregados a la Cruz Roja al finalizar la campaña.
Como conclusión quedaron derrotadas todas las fuerzas enemigas que avanzaron en la Sierra Maestra, y en julio se libraría la Batalla del Jigüe, la cual terminó con el cerco y la rendición de un batallón completo y su armamento.
La victoria sobre la Ofensiva de Verano sentó las bases para el inicio de la contraofensiva final, dirigida por el Comandante en Jefe, quien en poco menos de seis meses extendería el control de la zona oriental, lo cual se complementaría con la marcha de las columnas del Che y Camilo hacia el centro del país.