Ciego de Ávila, Cuba, 1 jun (ACN) La lluvia de la mañana no logró enfriar la ebullición que late en esta ciudad cuando hay béisbol del bueno. Las nubes no espantaron a nadie: el José Ramón Cepero se llenó hoy desde temprano, los pasillos desbordados, las gradas vibrando, la gente apretada en cada rincón.
Afuera, decenas más con la oreja pegada a la radio. Dentro, una tierra sedienta de gloria, otra vez convertida en santuario beisbolero. Y allí, entre gritos y esperanza, un hombre de 40 años volvió a dejar su huella como si el tiempo no tuviera dominio sobre él: Denis Laza.
Muchos lo ven y se preguntan cómo puede hacerlo. Cómo puede correr así. Cómo puede lanzar su cuerpo al jardín sin temor al golpe. Cómo puede sonar el madero con semejante violencia y precisión. La respuesta es simple: Laza no juega por rutina, juega por amor. Y ese amor lo convierte en torbellino, en un auténtico huracán.
Después de un jonrón ayer en el nocaut, hoy volvió a sacarla. Era el sexto episodio, el duelo iba igualado, el ambiente pesaba, los nervios bailaban como bandera al viento. Pero a Laza no le tiembla el pulso.
Nunca le ha temblado. Se paró en la caja con la mirada de quien ha pasado por mil batallas y sabe que no hay mañana si no se gana hoy. Un swing. Un crujido. Una parábola implacable al jardín izquierdo. La bola viajó como impulsada por la brisa que aún quedaba en el Cepero. Estalló la gente. Estalló el alma. Se rompió el empate.
Una entrada después, Yordanis Samón, como si respondiera a ese llamado del veterano, le puso el broche con un cuadrangular de tres carreras que partió la esperanza tunera en mil pedazos.
Y mientras el estadio se venía abajo, allí estaba Laza, aplaudiendo como un niño, celebrando con la misma intensidad que si fuera su primer hit en la vida.
No nació en Ciego, no creció entre plantaciones de piña, pero ya lo sienten suyo. Como lo sintieron en Industriales, donde fue el alma ofensiva de aquel equipo que soñó con más. Como lo sienten siempre en Mayabeque, su casa de siempre.
Laza se entrega como si cada camiseta fuera la última, como si el nombre que lleva en el pecho le perteneciera desde siempre. El béisbol, para él, no es una profesión: es un pacto eterno con la dignidad.
Danny Miranda lo sabía. Lo miró a los ojos cuando lo llamó para esta final y no vio años: vio carácter. Le dio el quinto turno, lo colocó detrás de dos leyendas vivientes como Samón y Cepeda. Y Laza lo ha pagado con creces, con respeto, con jonrones, con presencia, con liderazgo.
Ciego de Ávila ganó 6-3, puso el duelo 2-0 y acaricia el título. Pero más allá del marcador, lo que vibra es la historia. La de un pelotero que, a sus cuatro décadas, sigue siendo imprescindible. Que no busca cámaras ni portadas. Solo busca jugar. Bien. Siempre. Donde sea.
Porque cuando Denis Laza entra al terreno, entra el espíritu del juego. Un huracán que no se ve, pero que arrasa. Y que hoy, en la tierra de la piña, fue nuevamente uno de los frutos más dulce de la victoria.