Venezuela, donde les llegó el amor (+Fotos)

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Yenli Lemus Dominguez
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15 Junio 2016

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En la cola del mercal, como llaman al centro comercial en Carabobo, Venezuela, se conocieron Isel Estrada y Reynaldo Díaz, cubanos del municipio especial Isla de la Juventud y de la provincia de Matanzas, respectivamente, que, además de la convivencia como pareja hoy, tienen en común anécdotas de internacionalistas.
   Aunque no recuerdan los apellidos, Carlos Adrián y Natalia son dos de esos nombres que no olvidan, rostros que conservan en fotografías como recuerdo de la utilidad de la virtud, y agasajo para el alma.
   Isel, técnica en terapia física y rehabilitación, y Reynaldo, técnico de laboratorio, presenciaron el progreso de los niños convalecientes por daños motores provocados en partos traumáticos, infantes que lograron, poco a poco, tener mayor dominio de sus cuerpos.
   Al comienzo no podía sostenerse de la mano izquierda, pero después de que lo enseñé a trepar, no quería soltarse de las paralelas, recuerda Estrada,  mientras mira la sonrisa de Carlos Adrián en una instantánea, pequeño que debe contar ahora unos cuatro años de edad.
  Natalia tenía un retraso psicomotor, no era capaz ni de levantar el cuello, y después logró sostener su cabeza, rememora Reynaldo.
   Saber que en algunos casos fallaba el apoyo familiar, que los padres no eran siempre los más comprometidos con la salud de sus hijos, fue estímulo para valorar mucho más el concepto de familia funcional que se defiende en Cuba, y disfrutar los resultados de la colaboración médica.
   Otro caso fue el de Jesús, que poseía siete balazos en su cuerpo, impactos que le provocaron daños en la columna y el cerebro; un proyectil que todavía permanece en su cabeza lo privó del habla, pero aunque no era muy abierto y dispuesto, logró decir palabras y andar solo en una silla de ruedas, comenta Isel.
   Dice Reynaldo: aquel otro mulato, creo que se llamaba Luis, tres impactos de bala le provocaron lesiones por las cuales diversos doctores pensaron que nunca más caminaría pero, el progenitor de cuatro hijos, aunque llegó en silla de ruedas, hasta volvió a montar bicicleta.
   A ella le decían “Negra”, a él lo llamaban “Cuba”, porque quienes recibieron sus atenciones médicas los reconocieron como hermanos de continente, cubanos que comprenden sin problemas lo que en la tierra de Hugo Chávez sería “buseta”, “gandola” y “sancocho”, y en la mayor de Las Antillas guagua, rastra y caldosa.
   Hoy,  Isel y Reynaldo conviven en la comunidad rural de Paso del Medio, en el territorio matancero, pero no se despojan de lo aprendido en Venezuela, porque allí les caló hondo el respeto de los bolivarianos, y les llegó el amor que fructifica ahora, en 16 semanas de embarazo. 

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