En el corazón del centro histórico urbano de Sancti Spíritus se halla la Iglesia Parroquial Mayor, construcción más antigua de la otrora villa fundada en 1514 y que guarda en sus añejos muros leyendas y misterios que se entrelazan con la realidad.
Este Monumento Nacional, que tiene el privilegio de contar con un arco que separa la nave del presbiterio, considerado único de su tipo en Cuba, atesora una rica historia que la convierte en un testimonio cultural y arquitectónico de la Isla.
Don Pedro Pérez de Corcha (1591-1681) donó a la Iglesia Mayor o Templo del Espíritu Santo un gallo de oro, colocado como adorno en el altar mayor y años después, en 1665, fue robado por los piratas, junto a otros ornamentos, cuando asaltaron la localidad.
La sustracción –calificada como la primera incursión de los filibusteros en esta región del centro de Cuba– fue perpetrada por una banda dirigida por el francés Pedro Legrand, quien saqueó a Sancti Spíritus, arrasó con los adornos y vasos sagrados del santuario y quemó los archivos.
El último templo, después de existir otros intentos por restablecerlo, quedó concluido el siete de octubre de 1680 –inmueble que ha perdurado hasta la actualidad- y su construcción demoró 60 años.
De acuerdo con la historia, la Capilla del Rosario la hizo edificar el Capitán Pérez de Corcha y allí, un año más tarde, fue sepultado, cumpliendo con la costumbre de la época de hacer enterramientos en estos centros religiosos.
Sin embargo, uno de los historiadores espirituanos más reconocidos, Segundo Marín García, afirma que se mezclan lo real y lo novelesco en cuanto a la procedencia del dinero usado en la construcción de esa nave, al existir dos versiones.
Una afirma que el Cacique de Magón (comarca india), agradecido por el trato recibido por parte de los antecesores de Pérez de Corcha, en especial de su padre, legó su tesoro al morir a sus supuestos protectores.
La otra asegura que el capitán Pérez de Corcha -vivió 90 años- heredó los bienes del indio, “porque era descendiente de este por línea materna”.
Algunos textos indican que el famoso gallo de oro fue quizás una paloma, de ahí el símbolo del Espíritu Santo, nombre con el que se erigió la villa, la cuarta de Cuba.
Otra leyenda en esta región central hace referencia al güije o el jigüe, descrito como un negrito juguetón, duende de varias generaciones de cubanos, en especial de los que han vivido en pequeños pueblos o zonas rurales cercanas a ríos, arroyos o pozas.
Según la leyenda, un túnel subterráneo conducía de los charcos profundos del río Yayabo hasta la Parroquial Mayor y por él andaba inquieto el pequeño güije en los días de Semana Santa.
Tan negro como el azabache, que retozaba a veces en las aguas de los ríos y salía en la oscuridad a asustar a quienes osaban vagabundear a altas horas de la noche y a quien acostumbraba a sobrepasarse con las mujeres, era un invitado sin falta en las fiestas del San Juan o la del Santo Bautista.
Cuenta el mito que hombres, mujeres y niños en tiempos de estas celebraciones religiosas acostumbraban ir de peregrinación hasta el río y llevarle ofrendas para evitar sus malicias.
Tania Rendón Portelles
1316
15 Junio 2016
15 Junio 2016
hace 8 años