¿Réquiem por la Bucanero?

Compartir

María Elena Álvarez | Foto de Internet
2839
01 Junio 2016

0601-malta-bucanero.jpg

“¡No me digas que Marta volvió!” La exclamación del cliente no me hubiese llamado la atención, de no ser por la carcajada con que el dependiente acompañó su respuesta: “Sí, pero no te demores mucho si quieres chocar con ella, porque nada más está de paso”.

Sólo cuando el primero de ellos puso dinero sobre el mostrador  y, el otro, cinco latas de ese color indefinible e inconfundible, me di cuenta de mi error y entendí el chiste, pues a quien se referían no era otra, sino la esquiva malta.

No pretendo convertir estas líneas en masoquista remembranza de lo que un día fue: aquellos tiempos de “malteras” para la venta a granel –como tantas otras cosas-, y precios que, 30 años después, cuesta trabajo creer que alguna vez existieron.

Tampoco hablaré de costos, los “baches” en la producción, el desequilibrio en el binomio oferta-demanda ni de los casi igual de endémicos atrasos en la compra y llegada de la materia prima, que cuando los planes no se cumplen, suelen cargar con el sambenito de la culpa, sin tirar más de la soga.

El tema es otro. ¿Quién a estas alturas no sabe del cambio de domicilio de nuestra querida malta? La Bucanero, sí, la favorita del cubano, esa cuyo sabor la hace única entre legiones de marcas, y que incluso cuando viajamos al exterior llevamos con nosotros o mandamos a pedir, para darle gusto al paladar y aliviar la nostalgia.

La mudada es un hecho. Desde hace rato apenas se la ve en los comercios estatales que operan en divisas. Su nueva residencia son los negocios por cuenta propia, salto mortal para nuestros bolsillos y, peor aún, para la empresa socialista, sujeto principal de la economía cubana y del proceso de actualización, y llamada a ser ejemplo de competitividad, eficiente gestión y buena administración.

Jorge Luis, un cuentapropista cuya casa frecuento, llegó no hace mucho malhumorado, quejándose de lo conflictivos que son algunos clientes, y los tildó de desconsiderados, inconformes, injustos y hasta envidiosos e ingratos; todo por haberlos oído lamentarse de no encontrar una opción más barata y tener que “morir” en su cafetería para tomarse una malta.

“Yo lo único que hago es luchar, atender mi negocio, mantener y ampliar las ofertas. ¿Qué de malo hay en tener iniciativa y querer prosperar? Esas latas no son regaladas, me cuestan y tengo que sacarle lo mío. Yo las vendo, pero a nadie obligo a comprarlas”.

Eso dijo y lleva razón en lo tocante a emprendimiento, deseos y voluntad de hacer y avanzar, que son clave para el éxito, aunque no estaría mal acortarle las bridas. ¿Cómo? Quizá fijando un límite al porcentaje de la ganancia por concepto de la venta de productos en cuya elaboración no participa.

Pero, sobre todo, no estaría mal que se pusiera en los zapatos del otro, ese cliente al cual  esquila sin piedad, pero que -según su opinión- ha de ser manso y contribuir de buena gana a financiar su bonanza pagando sin chistar un precio mucho mayor por una malta, que empresas estatales producen y comercializan y él acapara para obtener ganancias.

No creo estar ejerciendo de abogada del diablo, como tampoco que haya por qué demonizar a quienes como Jorge Luis, dedican tiempo y energías a acaparar, especular y revender. En todo caso, si lo hacen es porque los dejan hacer. Ellos son parte, pero no el problema.

Revender -el prefijo lo dice a las claras- implica que hubo una venta anterior, y a mi modo de ver ese es un pecado mayor.

¿Cuántas veces no hemos sido testigos de una venta gigante en un comercio minorista? Todavía me acuerdo del hombre que delante de mis ojos adquirió un saco lleno de encendedores para cocinas de gas.

Atónita, molesta y temerosa de quedarse con las ganas, la cola increpó a los protagonistas de esta historia y hubo quien preguntó al tendero si no se daba cuenta que tamaña compra era para vender a sobreprecio. Su respuesta fue: “¿Y? Lo mío es vender. Lo otro no es mi problema”.

Sin llegar a tal extremo -diría que de cínica indiferencia- los hay que en similar situación se justifican con un “qué puedo hacer” y afirman que nada existe que prohíba, establezca límites e impida el acaparamiento, lo que por demás resulta falso. Hasta te salen con que el cliente siempre tiene la razón y no ha de contrariársele.

¿De qué competitividad y liderazgo puede hablarse, de qué eficiencia? ¿Acaso creerán los directivos de esas unidades y empresas, que bien está dejar hacer a las tambochas, con tal de salir pronto de las mercancías y cumplir el plan de ventas?

Y conste que, por desgracia, no es la malta el único objeto oscuro del deseo de tanto depredador, que se lanza sobre todo aquello que la gente puede querer y, especialmente, necesitar.

Ninguna economía, por sólida y vigorosa que sea, puede resistir indefinidamente el acecho perenne de los especuladores, el saqueo despiadado de los acaparadores y ese desabastecimiento a fuerza de sangrías, que todo lo encarece y que corrompe.

Mal parada queda la empresa estatal a los ojos del pueblo, que ve y sufre todo tipo de chanchullos, como ese acto de ilusionismo, que en un dos por tres logra  mover varias estibas de malta, no ya hacia una “paladar”, sino de una TRD a otra donde vale más, para al final, entre todos -dependientes, almaceneros, “carreros” y quién sabe cuántos más- repartirse, cual botín, la diferencia.

Sí, definitivamente, el golpe bajo más duro viene de adentro y hasta de arriba, de esos niveles superiores de dirección que han de supervisar, fiscalizar y controlar y tendrían que darse cuenta de lo evidente, poner coto a tanta irregularidad, actuar con energía y hacer para que no suenen huecas frases indispensables como satisfacción del cliente y protección al consumidor.

¿Réquiem por la Bucanero? Quiero creer que no, que es posible traer de vuelta a casa la malta y todo lo demás, o lograr que eso de tener más de un hogar sea la consecuencia natural de contar al fin con un mercado mayorista y no suponga más sacrificios a nuestro maltratado bolsillo. Y algo más, quiero creer que de una vez por todas nos tomaremos en serio la tarea y daremos eterno descanso a la “revendedera”.