Patria o muerte desde el coraje, el presente y la historia

Compartir

ACN - Cuba
Martha Gomez Ferrals
222
05 Marzo 2025

   El 5 de marzo de 1960 el Comandante en Jefe  Fidel Castro pronunció por vez primera la consigna ¡Patria o Muerte! durante las honras fúnebres de los fallecidos el día anterior en el atentado terrorista al barco francés La Coubre, anclado en el puerto de La Habana y del cual se descargaba un alijo de mil 492 cajas de armamentos, procedentes de Bélgica, destinados a la defensa del país.

   Unas 100 personas encontraron la muerte por ese crimen que causó heridas y mutilaciones graves a otras 200, y se produjeron afectaciones a la economía y daños a estructuras cercanas.

   Testigos del suceso recordaron siempre como espantosas la fuerza expansiva y el tronar de las dos explosiones sucesivas registradas después de las cuatro de la tarde del 4 de marzo que segaron la vida de mil cubanos que trabajaban en la descarga y los que acudieron a las labores de salvamento.

   Cuando ocurrió la segunda deflagración el número de personas expuestas a morir había aumentado junto a socorristas del pueblo; miembros del gobierno y el líder de la Revolución acudieron al escenario para las labores de salvamento.

   Que la voladura de La Coubre no fue accidental sino un atroz atentado orquestado por la CIA y el gobernante de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, se conocieron las evidencias más adelante, mediante pruebas documentadas con estadísticas verídicas.

   En febrero y marzo de 1960 se habían incrementado los sabotajes a la economía, las agresiones, asesinatos, complots y el sustento a los grupos contrarrevolucionarios de dentro y fuera del país, pagados por ese gobierno.

   Volviendo al día del funeral se recuerdan las palabras de  Fidel, al decir:

  “(…) Y sin inmutarnos por las amenazas, sin inmutarnos por las maniobras, recordando que un día nosotros fuimos 12 hombres solamente y que, comparada aquella fuerza nuestra con la fuerza de la tiranía, nuestra fuerza era tan pequeña y tan insignificante, que nadie habría creído posible resistir; sin embargo, nosotros creíamos que resistíamos entonces, como creemos hoy que resistimos a cualquier agresión.

   (…) Y no solo que sabremos resistir cualquier agresión, sino que sabremos vencer cualquier agresión, y que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que iniciamos la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte.  Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía: libertad quiere decir Patria.  Y la disyuntiva nuestra sería Patria o Muerte”.

    Los allí reunidos por el dolor, la indignación y el coraje entendieron la coherencia de la disyuntiva con la realidad que los circundaba y la historia. Y es una expresión de vida y de combate, de fe en la victoria, más que plañidera o luctuosa. Para reafirmarlo, unos tres años después, le añadió como colofón “Venceremos”.

   El Comandante y los cubanos, aunque de luto, ratificaron  entonces que la marcha de la Revolución cubana no cedería un ápice, y junto a la pena, la moral combativa siguió creciendo.

   En torno a la alevosía de aquel hecho premeditado, son tantas las evidencias que sería imposible relatarlas aquí, aunque se citaran las fundamentales.

   Por ejemplo, la industria militar belga, la naviera francesa transportadora, las autoridades del puerto de La Habana, la policía revolucionaria y las Fuerzas Armadas cumplieron con absoluto rigor sus protocolos de seguridad, antes de iniciar el desembarco de las municiones y granadas.

   Se experimentó, por orden del entonces primer ministro, Fidel Castro, al lanzar desde un avión a considerable altura algunas cajas ilesas de granadas, provenientes de los almacenes del vapor, para comprobar su posible vulnerabilidad y se ratificó el cumplimiento de las normas de seguridad del fabricante. No hubo explosión alguna con esa prueba.

   Sospechoso resultó en cambio que en su tránsito hacia La Habana el buque había hecho escalas estipuladas, en los puertos del Havre, en Francia, de donde había partido originalmente y volvió ya cargado, y en un puerto de Virginia y de Miami, Florida.

   En esas estadías hubo abordajes y desembarcos de pasajeros civiles, entre estos un estadounidense altamente sospechoso, pretendido reportero, bajo el nombre de Donald Lee Chapman, cuya identidad real no ha podido comprobarse.

   La naviera propietaria del vapor La Coubre contrató a buzos norteamericanos para analizar los restos de la embarcación, que ya había cumplido otros viajes a Cuba. En el suceso también murieron empleados y marinos galos.

   Pero a pesar de eso, los resultados de esa investigación, estrictamente técnica en principio, fueron guardados bajo siete llaves, con prohibición de divulgación.

   A  65 años del hecho, están ocultos o no desclasificados, como tampoco lo han sido los informes que la embajada de Estados Unidos en La Habana debió enviar a su Gobierno en torno a su intercesión para la liberación del pretendido camarógrafo de su país que filmaba las consecuencias de la tragedia, y había sido apresado por autoridades cubanas.

   Se estima que la carga explosiva colocada en la nave debió estar preparada para detonar, como ocurrió, cuando se liberara cierto volumen de peso que el resto del alijo ejercía sobre esta. Y todo apunta a que su instalación ocurrió cuando fondeó en Virginia.

   El periódico Revolución había denunciado desde principios de marzo e incluso antes del atentado en el puerto, el texto íntegro del proyecto de ley del Congreso norteamericano que legalizaba el primer paquete de medidas económicas contra Cuba. Pero junto con proyectos de daño a la economía se cumplían acciones más siniestras, bajo las mismas órdenes.

   En Cuba no puede olvidarse  aquel viernes de espanto, cuando desde horas de la noche y madrugada del siguiente día, el Palacio de la Central de Trabajadores recibió los restos mortales de las víctimas hasta ese momento identificadas, donde se les rindió tributo.

   Y sigue en pie, con las actualizaciones añadidas por el presente la disyuntiva revolucionaria de Patria o muerte, porque sus habitantes son patriotas fieles a sus tradiciones y principios, y porque el enemigo no ha aprendido nada e insiste en sus obsesiones.