Años después del desembarco por Playitas de Cajobabo (11 de abril de 1895), Máximo Gómez coincidió en La Habana con Heinrich Lulius Theodor Lowe, capitán del buque alemán Nordstrand.
Fue un emotivo reencuentro, pues la nave los había acercado aquella noche a él, a José Martí y a otros patriotas a dos millas de las costas cubanas, para permitirles bajar clandestinamente a tierra.
Eran ellos el teniente coronel Marcos del Rosario Mendoza (dominicano igual que el Generalísimo) y cuatro cubanos, todos caídos posteriormente durante la contienda: el Apóstol de la Independencia Cubana, los generales Ángel Guerra y Francisco Paquito Borrero Lavadí, y el capitán César Sala.
Fueron pasajeros ocasionales de la historia y de aquel vapor del cual descendieron, con honores de la tripulación, a las ocho pasado meridiano de una jornada memorable, para incorporarse a la Guerra Necesaria, que ardía en la isla desde el 24 de febrero.
Pormenores y tribulaciones de aquellos días que cambiaron el rumbo de la historia de Cuba, evocaron durante el fraterno encuentro el Héroe de las Guásimas y Lowe.
De parte del Generalísimo, no escaseó el agradecimiento por aquella actitud desinteresada y solidaria del providencial marinero, y de este el interés por conocer en detalles el ulterior destino de los revolucionarios que viajaron con él.
La amistad entre el germano, simpatizante impensado con la causa de los revolucionarios, a quienes a principios de abril de 1895 ellos acababan de conocer, comenzó a forjarse semanas antes de aquella noche oscura en que llovía copiosamente “y en la costa había luces”.
Así describió, a raíz del desembarco, el fundador del Partido Revolucionario Cubano en su Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos, los destellos provenientes de tierra firme, que bien podían ser reflectores de las tropas coloniales o luminarias amigas.
Y si ahora estaban a minutos de pisar suelo patrio, no cabía dudas de que había sido gracias al marino europeo, cuyo actuar la posteridad calificaría como un paradigma de solidaridad histórico.
Para llegar a la ínsula los cubanos burlaron despiadadamente el espionaje español, la hostilidad del gobierno dominicano y el control inglés en el Caribe, y en varias etapas de esa estrategia contaron con la cooperación del hasta ese instante desconocido benefactor.
El primero de abril viajan a Cabo Haitiano para zarpar en la goleta Brothers que debía traerlos a Cuba, pero a la jornada siguiente, en la isla Gran Inagua de la colonia británica de Bahamas, el capitán no honra ni su palabra ni la hermandad que sugiere el nombre de la embarcación a su mando, y los abandona. Retorno obligado e imprevisto a Cabo Haitiano.
En horas de la tarde del día tres, el cónsul de Haití en Gran Inagua y simpatizante de la causa cubana, presenta a Heinrich J. Th. Löwe, capitán del carguero alemán Nordstrand, a quien el Delegado trata de convencer para que los tome como pasajeros.
Lowe acepta. Simpatía a primera vista. Promete llevarlos a su destino, y cumple, no sin sortear infinidad de contratiempos, y efectuando preventivos, obligatorios y breves desembarcos de sus huéspedes a tierra.
El resto de la historia es harto conocida. El 11 de abril de 1895 avistan tierra cubana. En su Diario de Campaña, Gómez refiere el crucial momento:
"El vapor se detiene y rápidamente se descuelga un bote, se carga de armas y pertrechos y caen dentro de él seis hombres; que cualquiera diría eran seis locos".
¿Acaso no había escrito José Martí, en 1860 que lo imposible es posible y los locos somos cuerdos?
Los hechos ocurridos a raíz de la presencia de los revolucionarios en suelo cubano, están ligados indisolublemente a esta pequeña y apartada playita, que constituyó un oasis para los expedicionarios, y es desde entonces sagrada para todos los cubanos.
Pablo Soroa Fernández| Foto Archivo
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08 Abril 2016
08 Abril 2016
hace 9 años