Cinco siglos transcurrieron ya desde que el 13 de mayo del año 1516 arribaron a Cuba las primeras cañas de azúcar, en una nave de los colonizadores españoles, y tras aclimatarse con éxito a los suelos casi vírgenes de La Mayor de Las Antillas fijaron el nuevo rumbo de su historia.
La siembra de la dulce gramínea trajo abundancia para unos pocos y miseria para muchos, levantó ciudades, demandó de más brazos esclavos importados desde África, extinguió gran parte de los bosques ancestrales cubanos, ancló la economía nacional en el monocultivo, y generó toda una cultura propia.
Por la península de Guincho, en la actual provincia de Camagüey, fueron introducidas las primeras “cañas nobles” procedentes de La Española, rememora Antonio Chinea Martín, Doctor en Ciencias Biológicas, quien recorrió más de una decena de países para conocer más sobre la preciada planta.
El también fitopatólogo de la Estación de Investigaciones de la Caña de Azúcar de la provincia de Matanzas, asegura que la composición genética de las gramíneas traídas hace 500 años se atesora, junto a otros miles de híbridos y formas, en uno de los bancos de germoplasma más completos del mundo.
La llamada “de la tierra” o “criolla” fue la planta que conquistó los suelos cubanos, sobre todo los rojos considerados idóneos para su desarrollo, durante dos siglos y medio hasta la aparición de otras variedades para hacer frente a las enfermedades, explica el científico.
Una larga historia recorrió la caña que tuvo su génesis en Nueva Guinea, fue llevada a Persia y a Egipto por las huestes de Alejandro Magno, y se abrió paso hasta las Islas Canarias, donde la tomó Cristóbal Colón para traerla al Nuevo Mundo durante su segundo viaje, en 1493.
Llegó a la América entre otros cultivos que trajo Colón para alimentar a navegantes y animales, prosperó en tierra americana, y en un documento escrito por el Gran Almirante puede leerse que solo 31 días después de llegar al nuevo continente pudieron comer algunas de aquellas plantas, detalla Antonio.
Luego de siglos de explotación colonial y neocolonial, la Revolución Cubana triunfante en 1959 dignificó por fin las condiciones de vida y trabajo de los obreros azucareros, y hoy impulsa el desarrollo de investigaciones y la aplicación de novedosa tecnología en los campos cañeros, señala Chinea Martín.
Imprescindibles en el gran mosaico de la “cubanidad” son los típicos paisajes rurales salpicados de palmas y de ingenios, como las pinturas de Esteban Chartrand, cronista visual de una realidad que rebasó los límites de la economía para moldear la cultura y las relaciones sociales en la Isla.
Incluso hoy en Cuba, hombres de ciencia y productores procuran sacar el máximo provecho a la caña en cada zafra, animados por la demanda del mercado mundial, desafiantes ante el cambio climático, y nostálgicos por aquel refrán que estuvo tan de moda: “sin azúcar, no hay país”.
Roberto Jesús Hernández Hernández| Foto Archivo
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24 Mayo 2016
24 Mayo 2016
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