La entrega de Francisco Vicente Aguilera

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ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals | Foto: Archivo
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20 Febrero 2025

  La entrega del patricio Francisco Vicente Aguilera, fallecido el 22 de febrero de 1877 en Nueva York a consecuencias de un cáncer de laringe, fue más allá del aporte dado al emplear el monto total de su fortuna en la lucha por la independencia, a la cual consagró su vida, con voluntad  e integridad muchas veces probada.

   Murió muy pobre, en el exilio, y trabajando hasta desfallecer, buscando recursos para mantener la guerra libertaria en su tierra, castigado por un crudo invierno en tierra ajena, y además, las formas para mantener la unidad dentro de una causa minada por daños morales internos como el divisionismo, las intrigas y el caudillismo.

   Conste que los bienes de Francisco Vicente sobrepasaban con amplitud los de una familia opulenta común dedicada a la producción azucarera en el Valle del Cauto, pues llegó a amasar la fortuna más grande del Oriente cubano en los años precedentes al estallido de la primera guerra independentista.

   Nacido en la ciudad suroriental de Bayamo, donde residía, el 23 de junio de 1821 heredó el negocio próspero del padre y con su esfuerzo e inteligencia contribuyó a su prosperidad en ascenso.

   Se estima que su capital era superior a los dos millones de ducados, cifra muy elevada para la época.

   Integraban su patrimonio grandes extensiones de tierra dedicadas a la ganadería, producción de caña y otros cultivos, ingenios azucareros, tiendas, almacenes, haciendas y fincas, no solo en su natal Bayamo, también en Manzanillo, una parte del valle del Cauto y en Las Tunas. Era dueño del teatro principal de Bayamo y de una serie de inmuebles de diferente uso.

   Fue diestro en el manejo de los negocios, los que hacía crecer, de modo que los rumores de que entró en la guerra por su inminente ruina económica no eran ciertos.

   Los créditos que solicitó para algunas inversiones formaban parte de las nuevas prácticas que ya empezaban a imponerse en la economía burguesa y eran saldables, con ganancias, en los términos convenidos.

 La fragua de la vida lo forjó como cubano y patriota desde su juventud, y se incorporó con carácter protagónico a la actividad conspirativa y revolucionaria, hirviente dentro de la villa desde fines de la década de los 60 en el siglo XIX.

   Antes, en 1851 y 1855 participó en acciones revolucionarias, de enfoque político anticolonialista que no habían tenido éxito.

   Era Licenciado en Derecho, fundó su propia familia y tenía el porte de un caballero distinguido además por el interés de promover actividades culturales y sociales. También fungía como benemérito de la Logia masónica de la ciudad, algo muy influyente, lo cual lo puso en condiciones de ser pronto el presidente del Comité Revolucionario de Bayamo en 1868.

   De él emanaba la luz de una fuerza moral y una vocación de servicio mostrada hasta sus días finales, rayana en el sacrificio.

   Era entonces un alma grande —en su dimensión más espiritual—, notable incluso dentro de aquella pléyade de padres fundadores que se lanzaron al campo de batalla siguiendo a Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868.

   Antes del estallido de la primera campaña libertaria, tanto el hogar de don Francisco como el de Perucho Figueredo, autor del Himno Nacional, servían de punto de reunión a Francisco Maceo Osorio y Carlos Manuel de Céspedes para encabezar en Bayamo los preparativos del alzamiento. Por entonces tenía como primordial en la vida la vocación de colocar en primer plano el interés de la liberación de la Patria, con plena identidad nacional.

   Combatió y entró triunfante en el territorio bayamés el 20 de octubre de 1868. Lo hizo cuando nunca escuchó, ni participó, sino que se apartó con dignidad de las voces intrigantes y divisionistas que trataron de enemistarlo con el Iniciador y dividir la causa desde sus orígenes.

   Durante la Asamblea de Guáimaro, fundadora de la legalidad de la primera República en Armas, fue electo vicepresidente y secretario de los asuntos de Guerra, tan grande era su prestigio, ganado por su entrega y su ejemplo de persona confiable e intachable.

   También acató el mandato del Iniciador cuando este lo envió, conocedor de su pericia para los negocios, a recaudar fondos para la campaña a Estados Unidos.

   Tras peregrinar de manera infructuosa por dominios norteños y de Europa, acabó por perder lo poco que le quedaba de su fortuna. Ya muy enfermo y en la miseria, pero rodeado por el cariño de sus hijos, hizo esfuerzos por regresar a Cuba, pero no lo consiguió.

   Dicen que casi hasta el final trabajó intentando reunir recursos para enviar a la isla amada, ya como el más humilde de los cubanos, pues desde hacía tiempo se le había despojado de todos sus cargos. (Marta Gómez Ferrals, ACN)