Conocida por el simple nombre de La Colina, después de varias denominaciones, en ese lugar se asienta la más antigua casa de altos estudios de Cuba, la Universidad de La Habana.
Es una obra maestra de la arquitectura en cuyos límites territoriales se formó la crema y nata de la cultura, la historia y la política nacional.
Su fundación, el 5 de enero de 1728, corrió a cargo de los frailes dominicos del convento de San Juan Letrán.
En sus inicios la denominaron Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, en tanto en aquella época era requisito indispensable la autorización del Rey y el Papa para crear ese tipo de centro educacional.
El monarca Felipe V de España y el Santo Pontífice Inocencio XIII concedieron ese permiso a las correspondientes autoridades eclesiásticas que acogieron a la institución en su convento principal, ubicado en la parte más añeja de la capital cubana, en lo que ahora se denomina La Habana Vieja.
Fray Tomás Linares del Castillo fungió como primer rector y en sus primeras facultades se impartían Artes y Filosofía, Teología, Cánones, Leyes y Medicina.
Durante esa etapa sobresale un importante catedrático, Tomás Romay, autor de trascendentales investigaciones en la Medicina y la Biología.
A partir de 1850 pasa a ser una institución laica y cambia su nombre por Real y Literaria Universidad de La Habana.
En esa segunda etapa se profundiza el desarrollo científico en sus aulas y el Museo de Historia Natural y el Jardín Botánico Nacional pasan a la dirección del centro docente que para aquel entonces había incorporado Jurisprudencia, Medicina, Cirugía y Farmacia.
Figuras como Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Bachiller y Morales, Felipe Poey, Francisco de Arango y Parreño, estudiaron en el centro capitalino.
Ellos resultaron los fundadores de un pensamiento nacional autóctono que devino compromiso revolucionario para las nuevas generaciones.
Un hecho trascendental fue el asesinato de ocho estudiantes de Medicina en 1871, acusados con pruebas y testimonios falsos.
Actualmente los universitarios rinden homenaje a aquellos mártires con una peregrinación a todo lo largo de la calle San Lázaro (la que entronca con la principal entrada del recinto universitario) que encabezan los principales dirigentes del país.
En este período ocurrieron otros hechos medulares de la historia universitaria como la graduación de la primera mujer, Mercedes Riba, el 23 de septiembre 1885.
Es ostensible que el crecimiento de la Universidad sobrepasaba las posibilidades del convento de San Juan de Letrán y el primero de mayo de 1902 comienza el traslado hacia donde hoy radica, la colina de Aróstegui, ubicada en El Vedado, lo cual hizo que se perdiera la denominación de origen y adquiriera la actual, La Colina universitaria o también loma de la pirotécnica, aunque éste último cayó en desuso.
En la colina, así ya de simple le llaman, hay una obra de altos quilates como el Aula Magna, cuya edificación comenzó el 28 de octubre de 1906 y finalizó el primero de octubre de 1911.
Dentro de ese recinto reposan en un lado los restos del intelectual Félix Varela, el primero que nos enseñó a pensar, según José Martí, y en el otro, los de Carlos Juan Finlay, uno de los más renombrados científicos y descubridor del agente transmisor de la fiebre amarilla.
La decoración del Aula Magna corrió a cargo del artista cubano Armando Menocal, cuya participación en la guerra por la independencia de Cuba iniciada en 1895, lo convirtió en testigo excepcional y le permitió trasmitir al lienzo escenas y episodios de esa epopeya.
Menocal reflejó alegorías a las principales facultades de aquella época en su intervención en ese sagrado recinto, con las referencias a la Medicina, Arte, Pensamiento, Artes Liberales, Literatura y Derecho.
Cuatro lemas en latín, inscriptos con letras doradas a ambos lados del Escudo Nacional completan la decoración. Son los siguientes:
No se encuentra la venerable ciencia en cómodo lecho sino que solo a través de arduo esfuerzo es que se le domina.
Frágil y breve es la vida que nos da la naturaleza la cual puede hacerse inmortal por nuestras obras.
Es muy propio el errar, pero solo los torpes perseveran en el yerro.
Unos días en la vida de un hombre erudito valen más que muchos años en la vida de un ignorante.
Otro elemento notable, por su arquitectura neoclásica, es el rectorado, que se inspira en el Partenón griego, y entre aquel y la gran escalinata de 88 peldaños, una estatua de bronce, el Alma Máter, símbolo por antonomasia de la Universidad y cuyos brazos abiertos dan la bienvenida a estudiantes y visitantes.
El autor de esa obra, el artista checo Mario Korbel, tomó como modelo el rostro de la joven cubana Feliciana Villalón y Wilson, quien contaba con 16 años en 1919, cuando se confeccionó la estatua. Para el cuerpo se valió de una mujer mestiza de más edad.
La Universidad de La Habana se encuentra a solo un centenar de metros del Hotel Habana Libre y de otros de menos relieve o tamaño como el Colina, casi al lado del centro docente, el Saint John’s o el Vedado.
De manera que un visitante con solo unos pasos podrá disfrutar de un paseo por la institución educacional más relevante de Cuba y regodearse en otros episodios históricos del país antillano.