Sus principios de justicia y amor al prójimo le llevaron a abrazar la causa de la libertad de Cuba. La sotana no impidió al Padre Arocha su fuero de mambí. Dicen que en una mano tenía el cáliz y la hostia para celebrar la misa… y en la otra el cáliz del patriotismo y la hostia de la independencia.
Cuando portar la bandera cubana implicaba odio hacia España, a pesar del peligro real de muerte, este sacerdote no dudó en aliarse a las fuerzas insurrectas, desde la parroquia de Artemisa, a 60 kilómetros de la capital del país.
Prestó valiosos servicios, atento a las noticias que escuchaba en sus amistosas conversaciones con jefes y oficiales del ejército colonial, sobre operaciones de campaña y mucho más, según relata el historiador René González Barrios.
Fungió como Delegado de la Junta Revolucionaria cuando Magdalena Peñarredonda fue apresada. Colega suyo en la misión de trasladar la correspondencia de los jefes mambises entre Pinar del Río y La Habana, burló la Trocha Mariel-Majana para enviar mensajes, medicinas, alimentos y ropas.
Cierta vez, en la estación que habría de llevarlo de la gran ciudad a Artemisa, se sintió perseguido por un sujeto vestido de paisano. Entonces, recurrió al Comandante Guardado, del Ejército español, quien por ser muy católico había entablado amistad con él. Cuenta el profesor Manuel Isaías Mesa que le rogó llevarle un expediente de matrimonio, pues él debía quedarse en La Habana y necesitaba enviarlo rápidamente.
Así el encargo llegó a su destino: ¡eran cartas para el General Maceo!
Guillermo González Arocha impulsó sus sueños de libertad con persistencia y valor infinitos. En otra ocasión consiguió medicamentos contra la viruela, para los mambises que morían de fiebre palúdica y de esa enfermedad. Pero todo equipaje era registrado; por eso, cuando bajó del tren, se acercó al cubano Alejandro del Moral, Celador de la Policía, para que le ayudara con las dos pesadas maletas.
Valientemente, le dijo: “Estas contienen quinina y vacunas para curar a tus hermanos que están en la manigua peleando por la libertad de tu Patria. Tienes dos caminos: denunciarme inmediatamente a los españoles o ayudarme a hacer llegar al campo revolucionario estas medicinas”. Desde ese día, la causa ganó un adepto más.
Nuestro cura mambí no disparó un tiro en la manigua ni cargó al machete, pero fue “un verdadero apóstol para los desamparados” en los negros días de la Reconcentración”, advierte el historiador Manuel Isidro Méndez.
A él se debió que muchas de esas ocho mil personas encontraran albergue, alimentos y medicinas. Asistió directamente a más de seis mil atacados de viruela, tifus y paludismo, en tres lazaretos que logró establecer.
Leandro Rodríguez Calzadilla, en su Historia de Artemisa, alude a las casas que construyó para los desamparados, en las calles Reconcentrados y Baire. “Creó un asilo para más de 400 niñas huérfanas en la esquina de Mártires y Martí, y repartía dinero en su casa particular, frente a la Parroquia”.
Ya en las primeras elecciones celebradas en Cuba, en 1901, lo eligieron Representante a la Cámara por la provincia de Pinar del Río, sin haber hecho campaña política.
La nueva época seudorrepublicana no cambiaría ni su ética humanista ni su espíritu. Fue el autor de la primera Ley Escolar presentada en el cuerpo legislativo, en la cual abogó por la creación del Consejo Supremo Escolar, por la Escuela Normal de Maestros, los Kindergarten y escuelas para sordomudos, entre otras medidas.
Emprendió una Ley Agraria, y logró la construcción de carreteras entre Artemisa y los pueblos vecinos de Cayajabos, Cabañas y Pijirigua. Fundó también el primer centro en Cuba para desayuno escolar, así como un colegio de primera y segunda enseñanzas para que los jóvenes artemiseños estudiaran sin abandonar sus hogares. Es el promotor de la fundación del Asilo de Ancianos Santa Margarita.
Puso al servicio del pueblo el Instituto San Marcos, con una sesión nocturna para los trabajadores. Arocha no obtenía beneficios económicos, lo hacía por el bien de su querido terruño. Muchos alumnos recibieron educación gratuita; sin embargo, nunca exigió que fueran a misa ni se confesaran si no era su deseo, y jamás impuso su criterio en cuestiones religiosas.
El domingo 12 de abril de 1925 recibió un homenaje público en muestra de la gratitud de su pueblo, a propósito de haber sido honrado con la dignidad de Ilustrísimo y Reverendísimo Prelado Doméstico de Su Santidad el Papa Pío XI.
“Cuando este autógrafo llegue a vuestras manos, el pueblo que os adoptó como hijo, Artemisa la noble, os ofrece el más cálido y sentido homenaje que jamás haya a nadie tributado. Todas las clases sociales figuran en él. Todas, porque a todas alcanza, cual recio generoso, el fruto de vuestra labor material y espiritual de más de treinta años”, le escribieron los maestros públicos.
“Está viva aún en la mente de todos aquellos viejos vecinos del pueblo, su obra durante la Reconcentración, dando de comer a los que lo había de menester, dando ropa al desnudo y hospitalidad al enfermo. Y los jóvenes o recién llegados saben de su obra porque ella anda de labio en labio”, atestiguó un manifiesto.
Y recordó: “Ahí está el monolito de Manuel Valdés, que si hoy se levanta en ese lugar, se debe a que Monseñor Arocha, marcó con una cabilla el lugar donde se arrodilló aquel mártir de la Patria, ¡de lo contrario quién lo sabría! (…)”.
El primero de abril de 1939 murió el sacerdote mambí. En su testamento hizo referencia a un sobre con dinero para un entierro módico, para los pobres y, si alcanzaba, para treinta misas por su alma. Pero dentro solo guardaba un peso; días antes había repartido el dinero entre unos pobres que solicitaron su caridad.
Ese fue Monseñor Guillermo González Arocha, el mismo que, a escondidas de la familia, ayudó a un pariente a pintar la fachada del Teatro Payret, despojado de la sotana, encaramado en andamios, lata y brocha en mano.