Francisco Vicente Aguilera: la libertad primero

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ACN - Cuba
Marta Gómez Ferrals | Foto: Archivo
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23 Junio 2025

  El 23 de junio de 1821 nació Francisco Vicente Aguilera y Tamayo en la ciudad de Bayamo, en el sur del departamento oriental de Cuba, bajo los mejores auspicios para llevar una vida llena de lujos y feliz, pues era vástago de una de las familias más ricas de la nación, cuyo patrimonio heredó e hizo crecer.

   Sin embargo, el tiempo y la vida cambiaron su destino, en tanto que Francisco Vicente, ya de hombre maduro y convertido en uno de los precursores del movimiento emancipador que llevó a la primera guerra de independencia, murió muy pobre y en tierra extraña el 22 de febrero de 1877, después de haber entregado su fortuna a la causa libertaria por decisión propia y sin arrepentimientos ni quejas.

   Dentro de los padres fundadores de la nación, su humildad de espíritu y sentido estricto del deber y el honor, por encima de sí mismo, lo han hecho a veces verse alejado de la gloria que le cabe, no solo por su valiosa entrega material, sino también por sus esfuerzos y acciones heroicas hasta el último minuto a favor de la independencia.

   Murió a consecuencias de un cáncer de laringe, en Estados Unidos, donde en condiciones prácticamente miserables buscaba recursos para la contienda iniciada por Carlos Manuel de Céspedes en 1868.

   De manera simultánea, luchaba para mantener la unidad dentro de una causa minada por daños morales internos como el divisionismo, las intrigas y el caudillismo.

   Antes de su ruina económica, por los gastos de la guerra y las confiscaciones, los bienes de Francisco Vicente sobrepasaban con amplitud los de una familia opulenta común dedicada a la producción azucarera en el Valle del Cauto y llegó a amasar la fortuna más grande del Oriente cubano en los años precedentes al estallido de la inicial contienda independentista.

   Se estima que su capital era superior a los dos millones de ducados, cifra muy elevada para la época.

   Era propietario de grandes extensiones de tierra dedicadas a la ganadería, producción de caña y otros cultivos, ingenios azucareros, tiendas, almacenes, haciendas y fincas, no solo en su natal Bayamo, también en Manzanillo, una parte del valle del Cauto y en Las Tunas. Era dueño del teatro principal de Bayamo y de una serie de inmuebles.

   Supo manejar con pericia los negocios, los que hacía crecer con inversiones y técnicas no usuales en un entorno de prácticas atrasadas, de modo que los rumores de que entró en la lucha por su inminente ruina económica no eran ciertos.

   Quería una nación con pleno desarrollo de las fuerzas productivas, pero para ello era necesario liberar a su tierra natal del yugo colonial.

   Pero hubo más que el interés de la prosperidad material de los de su clase, la  fragua de la vida lo forjó como cubano -más que criollo- y patriota desde su juventud.

   Entonces se incorporó con carácter protagónico a la actividad conspirativa y revolucionaria, hirviente dentro de la villa desde fines de la década de los 60 en el siglo XIX.

   Antes, en 1851 y 1855 participó en acciones revolucionarias, de enfoque político anticolonialista que no habían tenido éxito.

   Licenciado en Derecho, fundó su propia familia y tenía el porte de un caballero distinguido además por el interés de promover actividades culturales y sociales.

   También fungía como benemérito de la Logia masónica de la ciudad, algo muy influyente, lo cual lo puso en condiciones de ser pronto el presidente del Comité Revolucionario de Bayamo en 1868.

   Algo lo distinguía entre la pléyade de patricios con los que interactuó en la etapa revolucionaria en su natal terruño y era una suerte de luz que parecía emanar de él, dada por su fuerza moral y la vocación de servicio mostrada hasta sus días finales, rayana en el sacrificio.

   Antes del estallido de la pionera campaña libertaria, tanto el hogar de don Francisco como el de Perucho Figueredo, autor del Himno Nacional, servían de punto de reunión a Francisco Maceo Osorio y Carlos Manuel de Céspedes para encabezar en Bayamo los preparativos del alzamiento.

    Por entonces tenía como primordial en la vida la vocación de colocar en primer plano el interés de la liberación de la Patria, con plena identidad nacional.

   Combatió y entró triunfante en el territorio bayamés el 20 de octubre de 1868. Lo hizo cuando nunca escuchó, ni participó, sino que se apartó con dignidad de las voces intrigantes y divisionistas que trataron de enemistarlo con el Iniciador y dividir la causa desde sus orígenes.

   Durante la Asamblea de Guáimaro, fundadora de la legalidad de la primera República en Armas, fue electo vicepresidente y secretario de los asuntos de Guerra, tan grande era su prestigio, ganado por su entrega y su ejemplo de persona confiable e intachable.

   También acató el mandato del Iniciador cuando este lo envió, conocedor de su pericia para los negocios, a recaudar fondos para la campaña a Estados Unidos.

   Tras peregrinar de manera infructuosa por dominios norteños y de Europa, acabó por perder lo poco que le quedaba de su fortuna. Ya muy enfermo y en la miseria, pero rodeado por el cariño de sus hijos, hizo esfuerzos por regresar a Cuba, pero no lo consiguió.

   En la conmemoración de sus natales, su aporte y la grandeza de su alma, lo hacen inolvidable e imprescindible.