Los peldaños de la escalera conducen los pasos hacia el sitial de honor: una pared colmada de reconocimientos y lauros a lo largo de 40 años.
Sin embargo, el mayor premio de quienes laboran en el Centro Provincial de Electromedicina, en Las Tunas, consiste en el funcionamiento diario de los múltiples equipos que luego de pasar por sus manos encuentran una segunda vida y solventar el tratamiento de innumerables pacientes.
En alguna oportunidad los nombraron como héroes anónimos de la Salud Pública en Cuba, pues su capacidad de inventiva y la responsabilidad moral los convierten en piedra angular para un sistema que recibe el impacto directo de la crisis económica, además del asedio del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de los Estados Unidos.
Ajenos a cualquiera de los superpoderes habituales en las historias, a esos especialistas los mueve el amor por la profesión y el altruismo, porque el deber les ata las 24 horas al servicio de quienes requieren atención especializada, aunque nunca se crucen cara a cara.
Robert Vanega Osorio, director de la entidad, declara su romance con una faena que lo obliga a extender saberes a límites difíciles hasta de imaginar, mientras las palabras dejan en evidencia la veracidad de sus pensamientos, la mirada dicta sentencia para alguien que sueña soluciones y desanuda adversidades, junto a los demás compañeros.
Los 19 equipamientos de hemodiálisis en el territorio tunero, con una tecnología obsoleta en comparación con la norma global, mantienen su funcionamiento gracias al empeño de los técnicos, vencedores de imposibles, desde el acopio de piezas de repuesto hasta la sustitución de otras por unas de similares características.
En tanto que el cerco financiero, arreciado por la administración Trump, obstaculiza la adquisición de materiales también supone demasiada presión para firmas extranjeras con negociaciones y ayudas a Cuba, porque se ven obligadas a retirarse de un momento a otro.
A su vez, emergen retos para los electromédicos que deben capacitarse en un tiempo limitado para operar equipos de similar actividad, pero distinto manejo.
Guardianes de la precisión en cada uno de los parámetros, sabedores de cuánto influye el diagnóstico en la calidad de vida de los pacientes y su tránsito hacia la recuperación, desbordan en grandeza humana al enfrascarse en la complejidad de configurar software.
De igual manera, concebir nuevas adaptaciones y prolongar la utilidad de los dispositivos de una sala hospitalaria y deben pasar por procesos tan delicados como el de esterilización que, al mismo tiempo, constituye un enemigo de dichos artefactos dada la potencia de químicos y vapores.
Para Gerardo Gutiérrez Martínez, especialista principal de Ingeniería Clínica, el mínimo detalle importa, aunque la posible variante esté muy distante a su hacer, pero cuando la voluntad por el bien común late en su pecho, todo fluye y las ideas aparecen, siempre acompañadas por extensas horas de investigación.
Al decir del propio Gutiérrez Martínez ellos cambian el estetoscopio y la bata blanca por tornillos y soldaduras, con la meta de garantizar prestación sanitaria.
La pandemia de COVID-19 les planteó la prueba de fuego y estos tuneros se adentraron en zona roja con un desempeño tan vital como el oxígeno, en muchos casos al modificar las máquinas para llegar a más personas y, aunque esa etapa en el calendario guarde recuerdos poco agradables, buenas notas sí quedaron con la proeza de estos profesionales que, sin pensarlo, arriesgaron su bienestar por brindar una mano amiga.
En un futuro la pared se quedará sin espacio para acoger los lauros de un colectivo con 18 años consecutivos la Condición 8 de Octubre, otorgada por la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (Anir) a centros con una actividad innovadora de excelencia.
Cuando el mural cubra cada centímetro, entonces a Robert y Gerardo, al unísono de los demás integrantes, les quedará el regocijo del servicio prestado, del gesto de agradecimiento porque a todos los mueve ¡el amor por la Electromedicina!