El Uvero representó un combate por solidaridad

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Jorge Wejebe Cobo| Foto Archivo
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26 Mayo 2016

Sitio histórico El Uvero, Santiago de Cuba

En el poblado de El Uvero, al pie de la Sierra Maestra en su costa sur, en mayo de 1957  las fuerzas de Fulgencio Batista  reforzaron el cuartel con un destacamento de 60 soldados, fuertemente equipados, y  aunque el destino de esa unidad  era inexorablemente  sufrir el cerco y la derrota a manos  del Ejército Rebelde,  un acontecimiento inesperado adelantó el fin.

Los servicios de inteligencia de la dictadura batistiana penetraron los planes de un grupo de revolucionarios dirigidos por Calixto García White,  que viajaban rumbo a Cuba  a bordo del yate Corinthia, el cual inició la travesía el 19 de mayo desde Miami.

El desembarco de los 27 expedicionarios ocurrió en la costa norte de  la actual provincia de Holguín, donde el coronel Fermín Cowley, jefe militar de la región, los esperó con cientos de soldados y asesinó a la mayoría de los expedicionarios, entre ellos a su jefe, e impidió que se establecieran  en la Sierra Cristal como eran sus planes.

Fidel Castro, al frente del entonces incipiente Ejército Rebelde, conoció de la expedición y para desviar la atención de la soldadesca enemiga que   iría tras la persecución de quienes arribarían por mar decidió realizar el ataque contra la guarnición de El Uvero, expresó en su reflexión del primero de junio de 2007,  titulada “Un esclarecimiento honesto”.

Destacó  que un fuerte sentimiento de solidaridad los llevó a una decisión difícil  que ponía en gran peligro  la existencia de los rebeldes, pero   prevalecieron los valores de lealtad con los que combatían a la dictadura  sin importar a que tendencia u organización insurreccional pertenecian.

En esa época,  el núcleo insurreccional de alrededor de 100 combatientes se iniciaba en su estrategia de realizar emboscadas en los caminos y vías de acceso, en las cuales el factor sorpresa y el dominio del terreno montañoso permitían hacer  bajas, sin casi pérdidas.

Más adelante pasaron al cerco y aniquilamiento de unidades enteras del ejército batistiano en sus ofensivas o intentos de operar en la Sierra. Pero en  mayo de 1957  faltaba más de un año para esa etapa.

De ahí que asaltar una posición bien defendida, sin armas pesadas, ni grandes cantidades de parque, como  sucedió en El Uvero, representó una durísima prueba para el Ejercito Rebelde en formación.

Con informaciones escasas e imprecisas en la madrugada del 28 de mayo, el Comandante en Jefe inició el ataque al cuartel de El Uvero con un disparo de su fusil de mira telescópica que destruyó la planta de radio e impidió a la soldadesca  solicitar refuerzos, en especial de la aviación.

Los bombardeos  aéreos representaban un riesgo  para los rebeldes, enfrascados en un combate frente a un enemigo que casi lo igualaba en número, bien atrincherado  en  fortines hechos de gruesos troncos de madera que tuvieron que ser tomados uno a uno  con un gran derroche de coraje y vidas de los atacantes.

Juan Almeida resultó impactado en el pecho y se salvó porque una cuchara que llevaba en el bolsillo atenuó  la herida. Guillermo García mantuvo el fuego y neutralizó  uno de los fortines.  Ernesto Che Guevara disparaba parado con un fusil ametralladora que se encasquillaba.

Raúl Castro avanzó con su pequeño pelotón contra  otro de los fortines de troncos, todo en una carrera contra el tiempo antes de que  fuera a aparecer  la aviación.

Así fue transcurriendo el asalto, hasta que los soldados se rindieron después de alrededor de tres horas de acción bélica.

Casi la tercera parte de los participantes resultaron muertos o heridos. Las fuerzas rebeldes tuvieron siete bajas y ocho heridos, entre ellos Juan Almeida, mientras que las fuerzas batistianas perdieron  14 hombres y totalizaron 19 heridos. Solo  unos pocos soldados pudieron escapar.

Los revolucionarios ocuparon decenas de fusiles, armas cortas  y  miles de proyectiles y sobre todo en la tropa se acrecentaron  el espíritu de lucha y la decisión de vencer.

El ejército de Fulgencio Batista también sufrió una gran desmoralización al comprobar que los rebeldes  no asesinaban a  los prisioneros que fueron liberados  el propio 28 de mayo, después de atender sus heridos,  mientras ese mismo día  el esbirro  Fermin Cowley ultimaba a  16 prisioneros  del Corinthia.