Un lujo para los cubanos debió ser el hecho de poder contar en la isla, en 1930, con la presencia del poeta español Federico García Lorca, quien fuera fusilado seis años después en España por la dictadura franquista que lo acusaba de tener ideas socialistas.
En especial para los cienfuegueros, cuya ciudad, la conocida Perla del Sur, fue la única urbe que recibió en dos ocasiones al bardo, ello debió ser apoteósico, porque, además, en estos predios celebró el cinco de junio su cumpleaños 32.
Ya era famoso Federico, aunque obras que le consagraron después, aún no habían visto la luz, como La Casa de Bernarda Alba, Yerma y Boda de sangre.
La estancia de Lorca en la isla caribeña marcó un hito cultural. Fue invitado por amigos y admiradores cubanos para impartir ocho conferencias en varias provincias y ciudades importantes como La Habana, Pinar del Río, Matanzas, Las Villas, Cienfuegos y Santiago de Cuba, por citar algunas.
Entre las pláticas literarias destacaron: Un poeta gongorino del siglo XVII, la Arquitectura del cante jondo, Las nanas infantiles y La imagen poética de don Luis de Góngora.
Incluso por las obras en manuscrito que obsequió de recuerdo, o su Son dedicado a Santiago de Cuba.
Sin embargo hay un tema poco abordado sobre Lorca y su estancia de unos tres meses en la Antilla Mayor, y es su relación con la negritud y las raíces afrocubanas que despertaron avidez en el poeta granadino.
Aseguran algunos que le marcó mucho la situación dramática de los habitantes negros en Harlem como la posición amable de los negros residentes en Cuba.
Si se tiene en cuenta que en 1930, fecha de la visita, gobernaba Gerardo Machado, a quien pocos años antes Rubén Martínez Villena había llamado el asno con garras, entonces se puede inferir cuán trágica era la situación de la población negra y mestiza en la nación caribeña.
Solo que el joven asombrado tuvo la suerte de conocer mucho más el folklore y la belleza de las mujeres y hombres de tez mestiza y negra en el archipiélago.
Su primera imagen de la capital cubana sería aquella de: “La Habana surge entre cañaverales y ruido de maracas, cornetas chinas y marimbas. Y en el puerto, ¿quién sale a recibirme? Sale la morena Trinidad de mi niñez, aquella que se paseaba por el muelle de La Habana (...)
“….Y salen los negros con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz, negritos sin drama que ponen los ojos en blanco y dicen: “Nosotros somos latinos”.
En su correspondencia desde Cuba, elogia a la raza negra cuando escribe a un amigo que “hay pocas cosas en el mundo más bellas que esta adorable pareja de niños negros del valle Yumurí”, y refuerza la necesidad de decir que lo más bello en la isla son los infantes negros.
En el libro “100 famosos en La Habana”, de Leonardo Depestre, se relata la impresión que causaron las mujeres cubanas sobre él.
“Esta isla tiene más bellezas femeninas de tipo original, debido a las gotas de sangre negra que llevan todos los cubanos. Y cuanto más negro, mejor. La mulata es la mujer superior aquí en belleza y en distinción y en delicadeza. Esta isla es un paraíso. Si yo me pierdo que me busquen en Andalucía o en Cuba”.
Según recoge la oralidad, Lorca echaría sobre el mar de la bahía de Cienfuegos una de las más bellas metáforas cuando al ver a una hermosa mulata exclamó: “ esa linda muchacha posee la piel de magnolia seca”.
Durante su estancia también se aproximó al folklore afrocubano, recopiló collares de santería, símbolos de los orishas y visitó ceremonias de iniciación ñáñiga o abakuá.
Federico quedará muy pronto prendado por el sonido de las maracas, el bongó y las claves...
Quién sabe si ello le inclinó a componer el poema Son de negros en Cuba, que se conoce popularmente como Iré a Santiago.
Es un canto dedicado a la ciudad caribeña, a su ritmo contagioso, y también esa composición está destinada a Fernando Ortiz, el hombre que dedicó su vida a investigar la identidad cubana.