Hace 120 años, el 17 de junio de 1905 falleció en La Habana, a la edad de 68 años, el Generalísimo Máximo Gómez Báez, aquel maestro de estrategas de las guerras independentistas cubanas que según su propio sentir fuera dominicano de nacimiento y cubano de corazón.
Murió a consecuencia de una sepsis generalizada provocada por una infección al principio iniciada en una mano. Su cortejo fúnebre fue la manifestación de duelo popular más grande vista en aquellos años por las calles de La Habana, como un mensaje del dolor y respeto de los cubanos ante el hombre que había combatido con todo por la libertad y se opuso hasta el fin de su vida a la ocupación extranjera.
El epíteto del Generalísimo, todavía usado con admiración, no solo reconoce su afán inflexible por la disciplina, la organización y la ética dentro de sus tropas, sino también a su voz de mando ganada por ir siempre a la vanguardia y la continua generación de efectivas tácticas de combate golpeadoras del enemigo.
Estudiosos estiman que ganó la condición de genio militar desde las campañas libertarias iniciadas en el 68 y su consagración fue en la del 95, en la cual por encargo de José Martí había sido General en Jefe de las huestes mambisas, junto al cual brilló el Titán de Bronce Antonio Maceo como lugarteniente general en la extraordinaria invasión de Oriente a Occidente.
Tal campaña puso a los insurrectos cubanos a las puertas del triunfo contra el colonialismo español si no se hubiera producido la invasión y ocupación militar de Estados Unidos en 1898.
Probó a esta tierra que guarda sus exequias con orgullo su fidelidad y constancia al participar en sus dos grandes contiendas independentistas y al formar una familia cubana, de la cual nació su hijo Panchito Gómez Toro, el más destacado, caído junto a Antonio Maceo en Mantua.
Máximo Gómez vino al mundo el 18 de noviembre de 1836 en la localidad de Baní, Santo Domingo, poblado rural a unos 84 kilómetros de la capital. Un joven que todavía no llegaba a los 30 años desembarcó un buen día de 1865 en el puerto de Santiago de Cuba, en compañía de su familia. Venía exiliado, debido a trascendentales sucesos acaecidos en su país, pues era un oficial (alférez) de la reserva militar española.
En Cuba se estableció en la finca El Dátil, bajo la jurisdicción de Bayamo. En 1866 se dio baja del ejército de la metrópoli. Tenía experiencia por su participación en las milicias dominicanas contra las incursiones haitianas y en la revolución restauradora iniciada en 1861, fracasada después.
Su ascenso a Mayor General se le otorgó en la manigua, por decisión de Céspedes, quien reconoció los méritos demostrados sin demora. En la batalla que él anotó como la de Tienda del Pino empleó la primera carga al machete de las guerras mambisas, método que combinaba el ímpetu de los jinetes bravíos y la temible arma blanca en que había devenido el instrumento de trabajo.
Esas cargas y sus estrategias de combate, desarrolladas en toda esa campaña y más tarde en la Guerra Necesaria, organizada por José Martí en 1895, fueron demoledoras y muy efectivas. Coexistieron con el empleo de fusilería y algunos cañones que de manera general los libertarios cubanos debían arrebatar a los hispanos, pues las expediciones y desembarcos con pertrechos de guerra eran escasas.
En 1878, al finalizar la Guerra de los Diez Años, marcha al exilio, y acepta por un tiempo un alto cargo militar ofrecido por el presidente de Honduras. De 1884 a 1886 participa con Antonio Maceo, también en el extranjero, en una conspiración que llevó sus nombres y que retomaba los afanes independentistas. Pero fue abortada y sufrieron represalias.
El exilio trajo años de pobreza, sacrificios, cárcel y pérdidas familiares para ambos patriotas, aunque en el exterior muchos reconocían su gran prestigio y brillante hoja de estrategias militares.
La fama de sus hazañas había surcado los mares. Pero ellos nunca tomaron el camino del deshonor ni el servicio a causas miserables.
En el historial de campaña de Gómez igualmente impresionan sus múltiples cruces de la Trocha de Júcaro a Morón.
Tras la muerte de José Martí a comienzos de la guerra del 95, Gómez y Maceo inician un recorrido combativo desde fines de año a partir de Mangos de Baraguá, Oriente, hasta Mantua, Pinar del Río, para hacer realidad la invasión a Occidente.
Al caer en combate Antonio Maceo en 1896, Gómez se encargó entonces de dar más bríos a la campaña de Las Villas (1897-1898), la cual expertos valoran como la de un pensamiento militar maduro y cristalizado, de una extraordinaria inteligencia cuya agudeza brilló también en las figuras literarias que empleaba en sus escritos y razonamientos.
La ocupación estadounidense frustró sus anhelos, coincidentes en esencia con los de José Martí. Se apartó de la política no sin antes expresar su oposición a los designios del gobierno interventor, que vejó a los libertadores e impuso un gobierno neocolonial.