Al pueblo santiaguero le impactó enormemente la muerte de tres hijos buenos inmolados por amor a la Patria, en la acción del 30 de junio de 1957; tan doloroso suceso lo sintieron los familiares, vecinos, amigos, compañeros de armas, pero sobre todo las madres de Josué País García, Floro Bistel Somodeville y Salvador Pascual Salcedo.
Y Santiago de Cuba tenía una que era todo un símbolo de ternura y valentía: Doña Rosario que sufrió ese día la pérdida de su Josué y un mes después, el 30 de julio de 1957, la de Frank, el querido y avezado líder clandestino en tiempos en que la feroz tiranía de Fulgencio Batista arremetía contra todo lo que oliera a revolución.
Testimonios recogidos por la historia reflejan que ella mantenía intacto en su corazón el recuerdo de sus niños héroes y hasta sentía orgullo de la gallarda actitud que siempre mantuvieron, le reconfortaba saber que la querían y por ese mismo amor lo arriesgaron todo por cambiar los destinos de su vilipendiada nación.
Otra venerable anciana santiaguera, Eduviges Salcedo, madre del mártir Salvador Pascual Salcedo, evocaba en los últimos años de su vida el coraje mostrado por su hijo en la acción del 30 de junio de 1957, “era un muchacho jovial, cariñoso, muy valiente y preocupado por la familia y la Patria”, confesó en entrevista publicada por el periódico Sierra Maestra.
En su gran dolor le servía de consuelo conocer que a manos de Frank País llegó un mensaje firmado por el líder rebelde Fidel Castro y todos los capitanes y tenientes desde la Sierra Maestra, que expresaba la admiración y respeto por el valor y serenidad con que el pueblo y las progenitoras enfrentaron la muerte de los tres héroes.
La legendaria urbe oriental atesora hechos que acentúan la hidalguía y estoicismo de sus hombres y mujeres, en aras de conquistar la soberanía plena y contribuir decisivamente en el devenir histórico de la patria como la acción de esa jornada, protagonizada por los jóvenes combatientes del Movimiento 26 de Julio: Josué, de solo 19 años, y Floro y Salvador, con apenas 22.
Su muerte estremeció al heroico centro urbano en un infausto domingo, cuando a los intrépidos luchadores se les asignó una peligrosa misión organizada por Frank País, con el objetivo de frustrar una farsa del régimen consistente en un mitin provocador en el mismo corazón de la ciudad, en el Parque Céspedes.
Ellos integraron la hornada de valientes bisoños que lo entregaron todo por la libertad de Cuba. No pudieron permanecer indiferentes frente a la ignominia de los servidores del tirano que pretendían ocultar, ante la opinión pública, el ambiente represivo, la ola de crímenes y violencia, tras el fin de mostrar la imagen de un país y gobierno estables, donde no había problemas.
Los revolucionarios no se quedaron de brazos cruzados y, para boicotearlo, prepararon un plan que incluyó la colocación de una bomba de tiempo en la alcantarilla debajo de la tribuna, levantada en ese céntrico sitio desde horas tempranas.
Sin embargo, sucedió que como al mediodía los bomberos regaron la zona, al parecer el agua dañó el mecanismo del artefacto explosivo y, precisamente, el estallido de la bomba era la señal acordada para la actuación de los grupos.
Fue entonces que la incertidumbre se adueñó de Josué y decidieron salir a las calles para cumplir lo suyo. Cuando el auto en el cual viajaban entró en el Paseo Martí fue perseguido por un patrullero, que abrió fuego contra el vehículo alcanzado por un disparo, que provocó su impacto contra un poste del tendido eléctrico en la intersección con la Calzada de Crombet.
Otro patrullero los esperaba en ese sitio, colocando a los tres jóvenes entre dos fuegos. Floro y Salvador murieron al instante, mientras Josué, herido, fue rematado criminalmente con un tiro en la sien durante su traslado al hospital de urgencias, según recogen documentos históricos.
La tiranía estaba fuera de control, mientras esto ocurría en las arterias santiagueras el Ejército Rebelde se afianzaba en la Sierra Maestra, pues el 28 de mayo había ocurrido la primera victoria categórica de las tropas en la batalla de El Uvero, y la consolidación y extensión de la lucha armada en las montañas, liderada por Fidel, era una realidad imposible de disimular.
A 68 años de aquellos hechos se evoca el combate y la corajuda actitud de Josué, Floro y Salvador, y se confirma que la sangre de los buenos nunca se derrama en vano, porque quien muere en brazos de la Patria agradecida por liberarla del yugo opresor, vivirá eternamente en el corazón de su pueblo.