Ucrania ha decidido votar en contra de Cuba en las Naciones Unidas y, simultáneamente, proceder al cierre de su Embajada en La Habana.
Estas acciones, percibidas como claro acto de ingratitud y ruptura abrupta con un pasado de profunda solidaridad, arrojan una sombra oscura sobre el legado humanitario y el espíritu de hermandad que siempre ha caracterizado a la Isla.
El eco de la frase popular "los que muerden la mano que les dio de comer" resuena con particular fuerza ante la aparente amnesia de Kiev respecto a la inestimable ayuda recibida.
La conmoción no es menor si se considera el contexto en el que Ucrania toma esta decisión. Durante más de dos décadas, entre 1990 y 2016, Cuba, a pesar de las inmensas dificultades impuestas por el bloqueo económico, comercial y financiero y la crisis del Período Especial, se erigió como bastión de esperanza para miles de niños ucranianos.


El emblemático programa "Niños de Chernóbil", además de un gesto de buena voluntad, fue también una inversión monumental y un compromiso de vida.
En cifras concretas, la nación caribeña destinó más de 350 millones de dólares para brindar atención médica gratuita a aproximadamente 26 mil jóvenes ucranianos, cuyas existencias habían sido devastadas por la catástrofe nuclear de Chernóbil.

Esta asistencia antillana trascendió la mera atención médica; abarcó procedimientos de alta complejidad y costo, como trasplantes de médula ósea y cirugías cardíacas complejas, intervenciones que, en muchos países, resultaban prohibitivas o se ofrecían bajo condiciones restrictivas.
Mientras otras naciones brindaban meras "limosnas" o miraban hacia otro lado, Cuba, fiel a su vocación humanista legada por figuras como Fidel Castro y José Martí, ofreció lo más preciado: la posibilidad de una vida plena y libre de las secuelas de una tragedia nuclear.

La decisión de Ucrania de votar contra Cuba en un foro internacional y cerrar su representación diplomática es interpretada por muchos como una bofetada al altruismo desinteresado del pueblo cubano.
Se la califica como una acción "servil" y un acto de oportunismo político, donde se privilegian intereses geopolíticos inmediatos por encima de la memoria histórica y la gratitud.
La percepción es que Ucrania, bajo presiones externas o por una estrategia propia, ha optado por desconocer una deuda moral y humanitaria de proporciones épicas, olvidando las manos que tendieron ayuda vital en uno de sus momentos más oscuros.
El contraste constituye punzante, Cuba una nación que jamás ha mendigado ayuda, sino que siempre ha compartido lo que tiene, se presenta ante el mundo como "hermana", siguiendo la máxima martiana de que la verdadera grandeza reside en la capacidad de dar.
En contraposición, Kiev parece alinearse con narrativas que buscan desacreditar y aislar a La Habana, ignorando olímpicamente los lazos de hermandad forjados en tiempos de adversidad.
Esta actitud es vista como una traición a este territorio y a los propios niños que recibieron la atención médica, al espíritu de cooperación que debería unir a las naciones.
Tal decisión invita a una reflexión profunda sobre la naturaleza de las relaciones internacionales y el valor de la memoria histórica.
¿Hasta qué punto los intereses políticos y las alianzas estratégicas deben prevalecer sobre el reconocimiento de actos de humanidad desinteresada?
La actitud ucraniana plantea preguntas incómodas sobre la gratitud y la lealtad en el escenario global.
En un mundo a menudo marcado por el pragmatismo y el interés propio, el ejemplo cubano de solidaridad incondicional resalta aún más.
Esta isla ha demostrado consistentemente que su política exterior se cimenta en la empatía y el apoyo mutuo, no en la coerción ni en la dependencia.
La postura empaña el recuerdo de los miles de pequeños que encontraron acá un refugio de salud, amor y esperanza.
El legado de humanismo cubano, sin embargo, trasciende estas ingratitudes; es un patrimonio que sigue vivo en las vidas que ayudó a salvar y en los principios que continúa defendiendo en la arena internacional.
 
        
