Las edificaciones en una ciudad forman parte indisoluble de su devenir. Como guardianes inmovibles ven pasar años, siglos...
Hay quienes por momentos, se detienen a observarlas y admirar cada una de sus partes.
Así sucede con muchos de los que, en alguna ocasión, sentados en el parque Martí en el mismo corazón de Ciego de Ávila, han puesto sus ojos en la Catedral San Eugenio de la Palma.
Quizás les resulte un lugar elegante, o no, o tal vez la contemplen solo como el sitio al que quienes profesan la religión católica acuden frecuentemente.
Mas, detrás de sus paredes y fisonomía, hay detalles que la convierten en lugar emblemático de la arquitectura avileña.
El espacio que hoy ocupa el inmueble fue anteriormente un viejo templo inaugurado en 1890 y demolido en 1947 para construir una iglesia más amplia y moderna.
A partir del proyecto del arquitecto Salvador Figueras, el 20 de mayo de 1951 quedó oficialmente inaugurado uno nuevo durante misa solemne a cargo de Monseñor Ríos y Anglés, obispo de Camagüey en aquella época.
No fue hasta 1996 que le fue conferido el título de Catedral. De los elementos arquitectónicos se destaca la fachada, que se inscribe dentro del estilo protorracionalista y donde, además, se dejan ver influencias del art decó, con el empleo de líneas definidas y figuras geométricas.
Sin dudas, de lo más llamativo para los observadores es la escultura con la imagen de San Eugenio de la Palma, santo patrono de Ciego de Ávila.
Este sitio se ha convertido en lugar de visitas como la del intelectual brasileño Frei Betto en la década del 80 del pasado siglo, en un encuentro con miembros de la comunidad católica del territorio.
En 1995, un año antes de ser declarada catedral, Jaime Ortega y Alamino, llegó a la iglesia parroquial en sus primeros años como cardenal.
Del 2012 al 2015 también varios nuncios del Vaticano han decidido acercarse a estos lares.
Desde la óptica de la oficina de patrimonio de la provincia, este edificio, por sus valores constructivos, fue nominado en este 2016 al premio nacional de conservación y luego del fallo del jurado suma a su curriculum una mención en dicha categoría.
Aunque inertes, los lugares atesoran sus propias historias, son testigos mudos de alegrías, tristezas y resultan ese pedazo de lo que se escribe sobre los pueblos, de su gente y su cultura.
Lisandra López Pérez| Foto Archivo
976
25 Mayo 2016
25 Mayo 2016
hace 8 años