Cada deporte es distinto e independiente, sin embargo en Rolando Cartaya Valdés el baloncesto y el ciclismo tuvieron similitudes que se ajustaron a sus aspiraciones y sueños de convertirse en un atleta de alto rendimiento.
Cartaya, como lo nombran, desde pequeño es un apasionado al básquet, lo practicaba todos los días después que salía de la escuela en su natal Minas de Matahambre, municipio de Pinar del Río.
Pero cuando llegó el primer entrenador de ciclismo al pueblo se embulló con unos primos y pidió inscribirse en el área especial de preparación, solicitud no aceptada porque coincidía con el horario de las clases.
“Como muchacho al fin no desistí y le pedí al profesor que me dejara participar en unas competencias escolares que se celebrarían en esas jornadas. Por suerte me llevó y obtuve el tercer lugar individual”.
Ese evento, donde me pusieron el sobrenombre del Guajiro de Las Minas, fue el que me abrió las puertas para entrar a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA), de Artemisa, en octavo grado y el que marcó el comienzo de mi carrera deportiva, recuerda Cartaya, avileño de corazón desde hace más de un cuarto de siglo.
En la enseñanza secundaria logré muchos premios, pero siempre guardo en la memoria el lugar cimero en una carrera de dos kilómetros de un foro escolar en el que implanté récord nacional, superado por otro pinareño luego de 12 años, dice este hombre, quien actualmente es el comisionado en Ciego de Ávila.
“Por esos resultados me trasladan a la ESPA nacional y participo como juvenil en competencias internacionales de primera categoría, entre ellas las Olimpiadas en Rumanía y la primera Vuelta Transpeninsular, efectuada en México en 1972, en la que gano una etapa y quedo en segundo y tercer puestos en otras dos.
En 1974 el baloncesto vuelve a estar presente en la vida de Cartaya, esa vez lo jugaba en secreto porque por indicaciones médicas estaba de reposo y no podía montar bicicleta.
En uno de los exámenes clínicos de rutina me dicen que debía descansar de la actividad física por un largo periodo, pero no me especifican que yo tenía un bloqueo en el lado derecho del corazón, explica.
Me asusté un poco, mas no me sentía nada y de los 11 meses obligado a no pedalear solo cumplí uno, los demás me escapaba de la ESPA todos los días para disfrutar de un buen partido de baloncesto con otros jóvenes, en una cancha de un barrio aledaño, confiesa.
Sonríe al recordar que transcurrido ese tiempo un entrenador de pista lo vuelve a llevar al médico, quien confirma que padecía del problema en el corazón, sin embargo no veía síntomas de cansancio en él, sino todo lo contrario, estaba en forma deportiva y sin explicaciones, aparentemente.
“Como lo que estaba en juego, además de mi salud, era mi permanencia en el equipo Cuba le comenté al galeno y al profesor lo que hice durante esos meses, pensé ganarme un buen regaño, mas fue todo lo contrario, volví a incorporarme con mis compañeros”.
La mejor carrera de mi vida la hice un par de años más tarde y estoy seguro que fue por seguir practicando el baloncesto, ese buen amigo que nunca me abandonó, afirma.
Relata que ninguna nación quería llevar a los cubanos en sus aviones porque temía que le sucediera un atentado, igual al ocurrido en pleno vuelo del avión de Cubana de Aviación que se dirigía desde Barbados a Jamaica con destino a La Habana en 1976.
“Eso nos dolió mucho a los cinco ciclistas, tuvimos que viajar separados, pero prometimos poner a Cuba en el podio de medallas y así fue: logramos la plata, y mi aporte fue ubicarme en el tercer escaño en la general individual”.
Ha transcurrido mucho tiempo desde entonces, pero Cartaya no ha dejado de disfrutar el baloncesto y de apostar por su ciclismo, el de sus alumnos de la academia avileña, que cuando pasan en caravanas por las carreteras producen una especie de fiesta popular.