No hay suerte ni casualidad. La historia se hace en la marcha tejida de las leyes de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y con el matiz distintivo de los hombres, cuyo libre albedrío, sustentado por los intereses y la cultura, pone colores a cada situación.
Así se sembró en la memoria humana el sábado 10 de octubre de 1868, cuando un puñado de ricos audaces, liderados por Carlos Manuel de Céspedes, y acompañados por algunas decenas de esclavos de origen africano, campesinos, artesanos e intelectuales, partieron en dos la historia de Cuba.
Aquel día, en su ingenio azucarero La Demajagua, cerca de la oriental ciudad de Manzanillo, en la actual provincia de Granma, Céspedes proclamó la independencia absoluta del país del yugo colonial de España, e hizo jurar a sus compañeros que combatirían hasta vencer o morir.
Fue grande ese gesto, pero la acción más revolucionaria y trascendente ocurrió cuando el hacendado, político, poeta, narrador, deportista, teatrista y promotor cultural liberó a sus esclavos, los llamó ciudadanos y los invitó a participar, voluntariamente, en la gesta independentista.
El manifiesto leído en la ocasión mostró la talla del intelectual y el estadista, como para no dejar dudas de que el estallido tenía sus raíces en la larga historia de opresión colonial, y de que los líderes eran hombres de letras, audaces y visionarios.
"Nosotros creemos que todos los hombres somos iguales; amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias; respetamos las vidas y propiedades de todos los ciudadanos pacíficos aunque sean los mismos españoles, residentes en este territorio", afirma el documento.
Con ese pensamiento comenzó la década gloriosa, aquella que sirvió de crisol para la forja definitiva de la patria, la nación y la nacionalidad cubanas.
Desde entonces somos cubanos, y para mantener esta condición se nos ha impuesto el precio inevitable de enfrentar la ferocidad y la inmoralidad de potencias imperiales ubicadas entre las más potentes de la historia.
Nuestra existencia depende de la disposición a morir en cualquier momento, y la clave del éxito la dictó Céspedes en febrero de 1871: “El patriotismo y la unión son nuestros baluartes y bajo su amparo seremos invencibles.”