Nueva Gerona, 11 may (ACN) Cada año, con la llegada de la temporada estival, el mango se convierte en un elemento esencial de la dieta, presente en una amplia variedad de preparaciones y extendiéndose mucho más allá de los mercados en Isla de la Juventud.
Esta deliciosa fruta tiene una historia fascinante que se remonta a finales del siglo XVIII, cuando fue introducida en la entonces Isla de Pinos por una de las familias más influyentes de la época: los Duarte.
Don Nicolás Duarte y Pedroso, quien tuvo en propiedad el territorio hasta 1760, era bisnieto de doña Catalina Calvo de la Puerta, una criolla de prestigio que residía en La Habana. En 1739, recibió como regalo una semilla de mango, la primera que llegó a Cuba, que prosperó en el jardín de su finca.
De este árbol primigenio se originaron los primeros mangos pineros, que según los cronistas de la época pertenecían a la variedad conocida como “macho”, de sabor pronunciado y pulpa firme.
José Gelabert, nieto de Nicolás Duarte, plantó esos mangos en su hacienda Santa Fe, que posteriormente vendió a Don Andrés Acosta, fundador del primer caserío pinero en 1809, justo bajo una frondosa arboleda de mangos.
La historia local narra que uno de esos primeros árboles sobrevivió a incendios y huracanes hasta bien entrado el siglo XX, y alcanzó un impresionante tronco con un diámetro de 4.30 metros. A diferencia de sus congéneres, sus ramas crecían hacia arriba, formando una copa singular.
Con la llegada de los colonos norteamericanos después de 1902, favorecidos por la Enmienda Platt, se introdujeron nuevas variedades de mango en la isla, especialmente, aquellas con mejor adaptabilidad a los suelos locales, y cultivadas con fines industriales.
Actualmente, el mango es uno de los cultivos con mayor presencia en Isla de la Juventud. Su popularidad se extiende más allá del consumo del fruto fresco y jugo; se ha convertido en un componente clave en la cocina durante esta temporada.
Con este se elaboran compotas, mermeladas y pulpas concentradas que sirven como materia prima para helados y otras delicias. Así, el mango no solo es un símbolo del sabor local, sino también un testimonio viviente de la rica historia agrícola del territorio.