Santa Clara, 13 nov (ACN) Con solo 31 años y los deseos incontenibles de ayudar al otro, Julio Valladares Benítez se desempeña, desde 2019, como delegado de la circunscripción 79 de Pico Blanco, poblado montañoso ubicado en Jibacoa, uno de los puntos más intrincados del Escambray villaclareño y donde cada día debe reinventarse para no fallar en la consecución de una cada vez mejor gestión de gobierno.
Ante cada situación de emergencia, como tan a menudo sucede con las inundaciones por intensas lluvias, o simplemente ante el reto diario de acceder a los servicios básicos en una zona donde ni siquiera hay total cobertura telefónica y donde el transporte estatal solo opera los lunes de cada semana, los 196 electores de Pico Blanco apelan al accionar de este necesario líder social.
«Durante estos últimos días en que el huracán Rafael azotó el país, Julio una vez más cargó personalmente, en sus brazos, a muchos de quienes necesitamos evacuarnos; no descansa, por caprichosos que nos pongamos, hasta que nos deja ubicados en algún local seguro», declaró a la ACN Juan Edel, uno de los ancianos del entorno rural quien vive en condiciones de vulnerabilidad por la precariedad de su vivienda.
Según Valladares Benítez, en el lomerío la figura del delegado es fundamental, no solo porque resulta un actor imprescindible en la resolución de conflictos en la comunidad campesina, sino también porque representa la acción de control sobre la administración en cada una de las esferas del ámbito social: el comercio, el transporte, la salud, la educación, las comunicaciones…
«Aquí volvimos a tener sala de video gracias a él, hasta gestionó la creación de una plaza con esas funciones, porque Julio es la estrella de la serranía: piensa en todo y se ocupa de todos; él sabe que aquí también hay necesidades culturales y recreativas que atender», comentó una de las adolescentes de la región.
Desde la carga de los víveres en mulos cuando resulta imposible la circulación del camión de comercio, hasta la construcción de un puente colgante artesanal que interconecta los caseríos en tiempos de crecida de ríos o la movilización de un médico adicional para los barrios que quedan incomunicados, la gestión de Julio demuestra que con actitudes resilientes y comprometidas con el bienestar social se puede seguir construyendo el proyecto de país que, desde 1959, pondera el desarrollo rural.
El funcionamiento regular de la panadería, la distribución de medicamentos disponibles, la estabilidad del transporte escolar, el mantenimiento de los centros educativos y el surtido de recursos tecnológicos (paneles solares, televisores, computadoras…), el abastecimiento de combustible para el grupo electrógeno del hospitalito de la zona y otras tantas responsabilidades ocupan constantemente el quehacer de este joven delegado que también trabaja en la Empresa Agroforestal de Jibacoa limpiando, a machete y guataca, los nueve kilómetros del camino de difícil acceso por donde se llega a la comunidad.
«Ser delegado cuesta, uno pasa mucho trabajo porque hay pocos recursos y mucha necesidad, pero vale la pena cuando uno recibe de vuelta el agradecimiento de tantas familias por cada problema resuelto o al menos por escucharlos y tramitar sus planteamientos; vale la pena, aunque no nos pagan ni un centavo por nuestra gestión», aseguró Julio.
Agregó que ahora mismo se encuentra enfrascado en la compra, a través del gobierno municipal de Manicaragua, de un sistema de mangueras que optimice el acceso al agua que surten por gravedad los manantiales de la montaña, porque las antiguas tuberías ya están muy deterioradas.
Y le queda pendiente, dijo, resolver el problema de la cobertura y la conexión por datos móviles, demanda social que sigue sin respuesta hasta el momento, en gran parte como consecuencia del negativo impacto del bloqueo económico de los Estados Unidad a Cuba que encarece e impide la compra de la tecnología necesaria.
Por lo pronto, Julio Valladares Benítez, junto con su esposa quien es la promotora cultural de la zona, sigue empeñado en servir a sus coterráneos y echa raíces en Pico Blanco, uno de los puntos más intrincados en las alturas de la región central del archipiélago, y donde hoy se contabilizan 138 viviendas y 380 habitantes.