La Habana, 26 jul (ACN) A más de siete décadas de los sucesos del 26 de julio de 1953, dialogar con uno de sus protagonistas supone una garantía de escuchar la historia viva a la hora de asomarse a aquellos pasajes que marcaron el devenir de la nación.
Próximo a cumplir 96 años de existencia, la persistencia vital de Agustín Díaz Cartaya es un templo a la máxima entereza humana, erguida ante la saña de los esbirros batistianos que le propinaron torturas físicas y psicológicas inenarrables.
Su andar sosegado por el hogar, fruto del prolongado transitar por la vida, y la voz potente, sin llegar a la estridencia, son los contrastes de una personalidad matizada por la osadía de la acción y la sensibilidad de disfrutar de la belleza sublime de un verso que estremece por igual la piel y los sentidos.
Único sobreviviente del Asalto al Cuartel Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, confiesa a la Agencia Cubana de Noticias que ese día regresó a la vida después de creerse muerto.
De sus compañeros, parapetados tras una cerca perimetral, le consta que fueron siete los caídos al intentar responder el poder de fuego de las ametralladoras Thompson y las carabinas M-1 con las escopetas calibre 22 que usaban en las prácticas de tiro en la Finca de Palos.
Relata que quizo la casualidad, o la causalidad, que pudiera escapar siendo el único que logró cruzar la cerca tras la que tantos fueron acribillados y encontrar refugio en las caballerizas, próximas a donde los guardias estaban apostados, entre los relinchos y patadas de los caballos asustados por los disparos, desde donde presenció salir a la guarnición una vez aplacado el tiroteo.
No obstante, logró burlar el cerco represivo y regresar a La Habana dónde fue apresado más tarde y se convirtió en el blanco de torturas perfecto para sus captores.
Sobre la Marcha del 26 de Julio, explicó que, contrario a lo que se piensa, esta surgió en la Finca de Palos cuando el líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz, le asignó la tarea de componer ese himno, en menos de 72 horas, pues era el tiempo que restaba para que se separaran los grupos que se dirigirían luego al Moncada y a Bayamo.
De manera que el contingente ya la conocía y la había memorizado previo a esos acontecimientos, añade. Evoca que la inspiración le vino de un tirón por esos caprichos del destino en esos momentos de dicha prodigiosa que hay en la vida y son muy difíciles de borrar, aunque nunca imaginó el alcance que tendría esa letra. Pero esta le valió también las torturas, pues resulta que en una visita del dictador Fulgencio Batista a la entonces Isla de Pinos, cuando estaban en la planta eléctrica allá, muy cerca del Presidio, al aviso de Juan Almeida, quien estaba encaramado siguiendo los pasos del tirano, le cantaron con toda la fuerza de la que fueron capaces la Marcha del 26.
Cuentan que su cara, sonriente al pensar que se trataba de un acto de pompa en su honor, se tornó en una de enojo al comprender el contenido de la letra y en consecuencia se ensañaron luego, apunta.
Amparado en la complicidad de una plática más íntima, defiende a capa y espada su oficio de poeta. Aunque algo de ello se puede intuir en el lirismo de sus composiciones refiere que no es lo mismo.
A sus casi 96 años Agustín Díaz Cartaya declama de memoria sus creaciones con una facilidad que impresiona a cualquiera y hace pensar que la naturalidad autodidacta con la que cultiva este arte haría languidecer fácilmente a los más versados en el tema.
Ese mismo muchacho que se vio obligado a vender tamales y maní o a limpiar zapatos, a la vez que alternaba esto con la práctica de la pelota y el canto ambulante, mientras no tenía donde dormir, habla con apasionamiento de Amado Nervo y José Santos Chocano, entre otros grandes nombres de la literatura latinoamericana y universal, demostrando así ser fruto de la Revolución que ayudó a construir. Comenta que en caso de repetir la acción del 26 de Julio con la experiencia de todo lo vivido hasta ahora lo haría exactamente igual pero asegurándose siempre de estar a la vanguardia.
Por eso creo en los jóvenes y en el deber de guiarlos, porque nosotros también lo fuimos y tuvimos el privilegio histórico tremendo de tener un Fidel que se mantuvo al frente para ganar la independencia de la que hoy gozamos, afirma con la convicción de quien no verá nunca desteñir su bandera.