“Yo tuve una infancia sin juguetes, por eso unía varias laticas de sardinas y construía un tren largo, y luego las arrastraba con un hilito, al iempo que con los labios imitaba el sonido de las locomotoras…pi…pi….”.
Aún, al cabo de sus 80 años, Tomás Bate Sabas, no puede separarse ni del ruido, ni del olor de las moles de hierro que con desenfreno corren sobre las vías férreas.
Todavía está subido sobre una máquina, en el tiro de caña o de azúcar, para cualquier parte de Cuba…conduciendo…con sus 80 años una locomotora de verdad.
Fue muy cómico el encuentro con este hombre quien dedicó toda la vida al sector azucarero. Alguien me dijo que Masón, como le conocen popularmente, el viejo de ocho decenios vivía frente al casino de los Congos en Santa Isabel de las Lajas, de la provincia de Cienfuegos.
La esperanza de hallarlo era casi nula, pues lo más probable era que estuviera encaramado sobre un tren, allá lejos en el Central Caracas donde labora desde casi un niño.
Al primero que vi cerca le pregunté. Era un hombre fuerte, medio tiempo, más bien bajo, vestido de azul oscuro.
¿Dónde vive un viejito de 80 años que todavía maneja locomotoras?
-Aquí, y soy yo.
Su risa franca me hizo rectificar la interrogante, pero mi interlocutor extendió su mano ruda y estrechó efusivamente la mía.
‘Yo soy Masón, y no soy ningún viejito”.
Tuve que reírme y él rio compadeciéndose de la periodista que le había llamado olímpicamente viejo y en su propia cara. Acto seguido sintió la necesidad de explicar y aclarar porqué un hombre de su edad anda aún en esos trajines.
“Empecé a trabajar hace mucho tiempo. Primero fui cantinero, iba a pie a llevar tres cantinitas de almuerzo al campo de caña, en los predios del "Caracas", eso por 10 centavos. Comencé de peón, en un inicio por los hornos, recogía caña, aprendí un poco en el torno, otro poco de soldadura.
Luego me hice relevante, reparador de paila de ferrocarril, y después llegué a los trenes.
“Ese amor a los trenes está en los genes; mi abuelo por parte de madre era maquinista y mi abuelo por parte de padre también, por lo cual ese sentimiento viene en la sangre.
“Cuando me monté en una máquina de vapor fue emocionante, al principio el corazón hacía tiqui tiqui, luego se fue quitando eso y se convirtió en una rutina.
“Mi familia era muy pobre, negra y sin recursos, ya tú sabes, claro que no podía regalarme una locomotora de juguete. A la escuela fui descalzo, aprendí así las primeras letras, pero tras el triunfo de la Revolución, logre alcanzar el sexto, el noveno y el 12 grados. Y hace tres años pasé el curso para conducir locomotoras chinas”.
Pregunto si no es mucho empeño para una persona de su larga data, que ha laborado tanto…
“La gente me critica, me dicen que por qué sigo trabajando, que jubilado gano más, pero a mi me gusta mi trabajo, me gusta el ruido de las locomotoras, en fin le tengo amor a esta labor. ¡Pero si todos los viejos nos vamos de los puestos de trabajo, quien enseña a los jóvenes! Ya tengo preparado al relevo, enseño a los muchachos que vienen y me siento bien.
“No fumo, no tomo café, ron, un traguito por la tarde, verdura de todo, tomate, chayote, lechuga. Si, a veces trasnocho, una escapaditas por ahí…
“Yo diariamente recorro en bicicleta 10 kilómetros, cinco de aquí a Caracas y luego de regreso. En la semana son 50 kilómetros. Un ejercicio muy bueno para mantenerme en forma.
“¿Salario?, de aquellos 10 centavitos por llevar almuerzos en cantinas a ahora, imagínate tú. Yo gano una buena cantidad de pesos, y más ahora en zafra. Me siento un privilegiado porque no me falta nada, y agradecido por lo que me ha regalado esta Revolución.
“No, no me digas eso, yo no pienso parar, seguiré trabajando como esos trenes que tienen vía libre y siguen de largo en todos los cruceros. Mañana me puedo morir, pero hoy tengo la vida por delante, eso téngalo por seguro”.
Onelia Chaveco| Foto: De la autora
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07 Mayo 2015
07 Mayo 2015
hace 10 años