Evidentemente los artistas de Stainless –cuyo nombre significa inoxidable en inglés- hacen honor a su apelativo y están negados a oxidarse, aunque ubicaron la mayor pieza que hasta ahora han realizado en pleno Malecón habanero, a merced de la intemperie, del clima, el salitre y la erosión incivil humana.
Estos tres muchachos –sin ánimo despectivo alguno, sino todo lo contrario-, Roberto Fabelo Hung, Alejandro Piñero Bello y José Capaz Suárez , irrumpen con muchas ganas de decir y un singular lenguaje artístico.
No rondan siquiera la treintena, graduados en 2010 de la Academia Nacional de Artes Plásticas de San Alejandro, y forman este gremio de artistas, práctica inusual en estos tiempos, aunque en los años 80 del siglo anterior marcaron tendencias renovadoras algunos de ellos en el panorama visual criollo.
Cultores, sin tapujos, del kitsch –categoría estética que no tiene que ver con una sistematización del mal gusto, sino con una exacerbación de lo artificial y lo desmesurado-, se enfocan en ese costumbrismo arraigado entre los cubanos, la de los infaltables cake en festividades familiares y sociales, para desde la ironía cáustica, discurrir sobre la condición humana y la identidad nacional.
Como legítimos cubanos, aparte del ingrediente imprescindible del choteo, no puede faltar en sus obras la sensualidad rayana en franco erotismo, recurriendo a la bendita lengua, causante de tantos placeres y sinsabores.
Contrastantes colores pastel, terror al vacío que se traduce en ese barroquismo de pastelería populista exacerbada, asociado a la gula, estos muchachos se regodean en tales clisés para dialogar sobre problemas existenciales que ahora mismo tienen a la humanidad en letales dilemas.
Otra de sus piezas, situada en la fortaleza San Carlos de La Cabaña, que acoge la mega exposición de arte contemporáneo cubano Zona Franca, resulta foco de atención, sobre todo para los niños, porque es una enorme lengua en forma de canal o tobogán, que hace las delicias de los pequeñines.
Estos tres jóvenes artistas logran el difícil equilibrio para constituir una especie de cofradía creativa, en la cual ninguna de las personalidades se anulan y confluyen en un discurso común e impactante.
Ellos, irreverentes, como siempre debía serse, dialogan, crean y se divierten, con el añadido de hacer participar a los demás en su terapéutico y desenfadado juego.
Octavio Borges Pérez| Foto: Tony Hernández Mena/AIN
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10 Junio 2015
10 Junio 2015
hace 9 años