El trago de café le devuelve el alma al cuerpo a Gerardo Ramón Ávila. Mira de reojo al helicóptero que lo trajo de retorno a los suyos y relata con desenfado los avatares con que lo subieron hasta la aeronave que lo salvó en Altagracia, poblado del holguinero municipio de Cacocum.
Cuenta que, como le indicó el rescatista, apretó fuerte los brazos, cerró bien los ojos y no los volvió a abrir hasta que no estuvo encima, junto a las otras seis personas que llevaban tres días en la segunda planta del consultorio médico, rodeados por un mar de aguas turbias.



Luego de las inundaciones provocadas por las intensas lluvias del huracán Melissa la misión fue planteada por el Consejo de Defensa Provincial y tenía la prioridad de evacuar del caserío a los pobladores que, en un primer momento, se quedaron para proteger los bienes de la comunidad, evacuada en su totalidad ante la amenaza ciclónica.
“A esas gentes hay que sacarlas de ahí”. Es la firme convicción del coronel Alfredo Arias Martínez, comandante del medio aéreo. Sabe que el tiempo apremia y con el despunte del amanecer decide despegar en busca de quienes corrían riesgo en Altagracia.



Mientras avanzaban, el piloto y su tripulación enfrentaban la dificultad de localizar a los refugiados en una vasta zona anegada, donde los puntos de referencia, para conocedores del lugar, se desdibujaban bajo el agua fangosa a casi dos metros de profundidad.
En medio de una inmensa área inundada el equipo de abordo localiza a una primera persona. Aparece de la nada. Con el agua a la cintura y su mirada perdida hacia el infinito reacciona escéptico ante la aeronave que luego de un vuelo en círculo regresa por ella.
A salvo, asegura Raciel Rodríguez Pérez, quien combatió en la guerra de Angola. Llevaba casi tres días sin comer, refugiado en los puntos más altos que encontró y esa mañana, con sus pertenencias a cuestas y un montón de llaves atadas al cuello, parecía decidido a desafiar la inmensidad de la crecida.
Su estado emocional no permite localizar al resto del grupo en aprietos. Tras un vuelo rápido y seguro, el helicóptero toca tierra. Raciel Rodríguez desciende y el rostro es de un hombre que se siente de regreso a la vida.



Ahora se integra al grupo Raciel Castillo Verdecia, delegado del Poder Popular en la zona, quien contribuye a localizar un rato después al consultorio y a los hombres que permanecían allí, desde donde, atados a un cable de acero, fueron izados uno a uno luego de vuelos en círculo hasta recoger al último.
Entre los salvados, Julio César Fonseca y su hijo Ever mostraban rostros de alivio. Su confianza en los rescatistas fue recompensada con el regreso seguro al poblado de Maceo, donde familiares los esperaban ansiosos.
Con cerca de tres mil horas de vuelo, el coronel Alfredo Arias vivió junto a sus tripulantes la satisfacción de completar la misión. La alegría de los rescatados incluyó también la del equipo de socorro, quienes suman innumerables operaciones de salvamento en el país.
Nuevamente rugen lo motores antes de devolver al batey de Maceo el silencio quebrado de su apacible calma, y la aeronave de nuevo toma altura.
Debajo, la silueta de Gerardo se hace cada vez más pequeña. El cariño que recibe ahuyenta todo vestigio de temor a morir por las aguas que lo rodearon. La vida a salvo le devuelve la certeza de que aún le quedan muchos besos por dar todavía.
