La última sonrisa de Rafael Trejo

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Jorge Wejebe Cobo| Foto de Archivo
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29 Septiembre 2015

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Antonio Ainciart Agüero, jefe de la policía, contemplaba con arrogancia la escalinata de la Universidad de La Habana al amanecer del 30 de septiembre de 1930, después de cercarla con sus fuerzas como lo había ordenado el presidente Gerardo Machado para reprimir  la protesta de los estudiantes, misión que intentaría con saña, sin saber que con ello se aseguraba su trágico final  tres años después.

Aquella jornada la inició demostrando su cobardía ante un joven solitario que iba rumbo a ese centro docente y al intentar detenerlo con un consejo del peligro a que se exponía, el estudiante en forma desafiante le respondió que era grande para  saber que hacía, le dio la espalda al esbirro y siguió su camino, mientras Ainciart solo atinó a esbozar una sonrisa nerviosa  que provocó  las calladas burlas de sus subordinados.

Mientras en el recinto, los miembros de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) acordaron en primera instancia ir en manifestación a la residencia cercana de Enrique José Varona, para entregarle al veterano profesor un manifiesto de la juventud cubana contra la tiranía machadista.

Los educandos universitarios habían alcanzado mayor madurez en el enfrentamiento a la dictadura bajo el ejemplo y las enseñanzas del fundador de la FEU, Julio Antonio Mella, quien promulgaba la necesidad de salir del marco de las reivindicaciones estudiantiles y sumarse al movimiento revolucionario popular, por lo que fue asesinado por agentes al servicio de Machado en México en 1929.

En consecuencia con ese legado,  el  30 de septiembre prevaleció la consigna de  tomar la calle para sumarse a  los obreros, los profesionales y  el  pueblo, e  ir al Palacio Presidencial a pedirle la renuncia al tirano y provocar un movimiento de masas.

Ese día se inauguraba una nueva etapa en la lucha del estudiantado, constituido principalmente  por la primera generación nacida después de la instauración de la seudorrepública en 1902,  protagonista del despertar de la conciencia nacional y que libraba  una de sus principales batallas contra el sistema neocolonial, ya en una crisis que culminaría con la caída de Machado y el inicio a la Revolución de 1933.

Pronto los jóvenes bajaron de la Universidad junto a sus líderes,  entre los que se encontraban Pablo de la Torriente Brau, Juan Marinello, Raúl Roa, Rafael Trejo y el líder comunista Agapito Figueroa y se enfrentaron a los policías de Ainciart y a su caballería, en tanto un veterano mambí enardecía a los jóvenes tocando con una corneta las notas de “a degüello” que aterraba a las huestes coloniales en las guerras de independencia.

Rafael Trejo González, uno de los principales animadores de la manifestación,  tenía 20 años y era dirigente de la FEU en la Facultad de Derecho. Nació en  San Antonio de los Baños;  su madre, Adela González Díaz, era maestra rural y su padre, tabaquero que con gran esfuerzo pudo graduarse de doctor en Derecho. Desde 1919 la familia residía en la barriada de la Víbora.

Él decidió seguir el camino de su progenitor y matriculó la carrera de Derecho, mientras  de su mamá tuvo una influencia martiana propia de la tradición formadora en los valores patrios de las generaciones de maestros rurales.

Estos antecedentes recuerdan la formación que tendrían dos décadas más tarde los hermanos Luis y Sergio Saíz   en su natal pueblito de San  Juan y Martínez,  Pinar del Río, de padre abogado y juez de profesión y madre también maestra rural que los formó a ambos en el amor a la Patria y los postulados martianos y que también darían sus vidas luchando en 1958  contra otra dictadura, la de Fulgencio Batista.

Raúl Roa describió a Rafael Trejo -con el que tuvo una gran amistad- como “un mozalbete de pelo lustroso, tez trigueña, bigote mongol, torso amplio y ágil musculatura” y quien le confesó: “No creas que mi aspiración es hacerme rico a expensas del prójimo. Mi ideal es poder defender algún día a los pobres y los perseguidos. Mi toga estará siempre al servicio de la justicia. También aspiro a ser útil a Cuba. Estoy dispuesto a sacrificarlo todo por verla como quiso Martí”.

Esas palabras serían proféticas esa jornada cuando la manifestación con grandes esfuerzos y compañeros derribados por los golpes y arrollados por las bestias cuadrúpedas y las humanas con uniforme de policías, llegaron a la zona de San Lázaro e Infanta. Allí  Trejo comenzó a luchar cuerpo a cuerpo contra un esbirro que tenía un revólver en la mano y le hizo dos disparos a boca tocante en el torso y cayó mortalmente herido.

Pablo de la Torriente Braú recibió un fuerte golpe en la cabeza y fue llevado junto con Trejo al hospital y a propósito de ello escribió : “Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó RafaelTrejo, cuando lo subieron a la Sala de Urgencia del Hospital Municipal, sólo unos minutos después que a mí, y lo colocaron a mi lado (…) su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible. […]  era para mí como un adiós que yo recibía en condiciones de angustia invencible […] . Moriría al otro día.”

Su sepelio, escoltado por fuertes contingentes de policías, fue nuevamente un escenario de manifestación contra la dictadura y su sacrificio incrementó la oposición al gobierno hasta su derrocamiento en agosto del propio 33.

Uno de los responsables directos de la represión del 30 de septiembre de 1930 y autor de numerosos crímenes, el jefe de la policía Antonio Ainciart, acompañó el 12 de agosto de 1933 al  tirano Gerardo Machado hasta el aeropuerto de Boyeros, con la esperanza de huir con él, pero se quedó en tierra por la poca capacidad del avión y al intentar regresar a La Habana -que ya estaba tomada por el pueblo sublevado- se suicidó antes de caer en manos de sus captores.

Su cadáver fue desenterrado, colgado de una farola  y arrastrado por las calles por las masas que descargaron contra sus despojos todo el odio contra el régimen que representaba.

En cuanto al asesino directo de Trejo, a este  lo ascendieron  a policía de caballería, mientras dos testigos del asesinato a sangre fría -una humilde mujer y su hija-,  fueron amenazadas para que no lo identificaran,  aunque tuvieron la valentía de  declarar que el joven estaba desarmado y no agredió al agente como dijo la versión oficial.