La fuga precipitada de Gerardo Machado

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Jorge Wejebe Cobo
2839
11 Agosto 2015

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Quizás ya no se llegue a saber si el presidente Gerardo Machado construyó su finca de recreo La Nenita  en los alrededores de Santiago de las Vegas, en las afueras La Habana, por la belleza del entorno  donde los venados salvajes se podían ver desde la terraza de la casa, o por la cercanía al aeropuerto de Boyeros, previendo una posible fuga precipitada, como ocurrió el 12 de agosto de 1933.
  Ese día estalló la Revolución del 33, provocada por  años de represión, asesinatos, violaciones de la Constitución, entreguismo a Estados Unidos,  privilegios y corrupción,  que conllevaron a que emergieran como  enemigos del régimen, además de  la izquierda,  los partidos tradicionales y hasta  los simpatizantes del fascismo agrupados en la organización secreta  ABC:
  La huelga obrera, iniciada el cinco de julio de 1933 y dirigida por el Partido Comunista en los Ómnibus Cuba, sería el detonante para una acción nacional que se  extendería  como  pólvora a  toda la sociedad y provocaría que fueran en vano  todas las componendas e intentos  para salvar el régimen.
  En medio de la crisis final,  EE.UU. nombró como  nuevo embajador a Benjamin Sumner Welles,  quien  venía aplicando  la fórmula de la mediación entre el Gobierno y la oposición de los partidos burgueses, pero  ante un estado insurreccional  se vio obligado  a considerar como  única solución la salida del poder de Machado.  
  Siguiendo ese guión,  el dictador esperaba en su casa de campo La Nenita  el anuncio de su renuncia y la asunción al poder de Carlos Manuel de Céspedes, hijo del iniciador de la independencia cubana en 1868 y designado por él para sustituirle, apoyado por  el general Alberto Herrera, jefe del ejército, con el fin de preservar la continuidad del sistema neocolonial,  inaugurado con la proclamación de la República en 1901, solución diseñada a la medida de los cabildeos de Sumner Welles.
 Céspedes realmente pudo acceder a la presidencia solo por 23 días, cuando fue derrocado el cuatro de septiembre por el alzamiento de sargentos y soldados dirigidos por el entonces sargento Fulgencio Batista,  que acabarían con el gobierno diseñado por la mediación y la tiranía.   
  Para Machado, la  espera  en los campos de Santiago de las Vegas debe haberle traído  los recuerdos  de mejores tiempos en que disfrutaba del apoyo del poderoso vecino, cuando en esos mismos salones fue anfitrión del estirado mandatario norteamericano Calvin Coolidge,  de visita en 1928 para asistir a la VI Conferencia Panamericana,  y  a quien los obsequiosos  sirvientes asediaban con daiquiris helados que gentilmente rechazaba ante la inquisitiva mirada de periodistas.
 Ese año, el dictador interpretó correctamente la aprobación de Calvin Coolidge como una luz verde  a su continuidad en el poder  en un segundo mandato, aunque tuviera que cambiar la Constitución  de 1901, escrita bajo la supervisión de La Unión, que no contemplaba esa posibilidad  para entrar en colisión con el juego supuestamente democrático de alternancia en el poder de la llamada oposición legal.
   Pero  mientras el primer magistrado recordaba ese pasado  y analizaba su situación actual,  en La Habana  el pueblo al comprobar que la dictadura había concluido y   sin que el ejército o la policía  en la calle les recordara los límites de sus anhelos, la muchedumbre se dedicó a  ajusticiar o poner  presos a los machadistas  e incendiar y saquear sus viviendas, en un clima de anarquía y frenesí  que tomó la vida de inocentes y que no tardaría en irrumpir también en el todavía tranquilo ambiente  de Santiago de las Vegas.
  A las 3:20 de la tarde del propio día 12, Machado arribó al aeropuerto de Rancho Boyeros  en su  Lincoln  blindado,  junto con  funcionarios del régimen depuesto  y la escolta presidencial, pero solo pudieron acompañar al tirano en la fuga  cinco de ellos pues el único avión disponible era un Sikorski N. M., anfibio, de  de seis plazas perteneciente a la Pan American Airways y con tripulación norteamericana que dispuso Sumner Welles, el embajador norteamericano.
  Fue un viaje sin regreso para el dictador  e inclusive el congreso cubano posterior a su gobierno emitió un decreto prohibiendo que ni sus restos pudieran descansar algún día en la Isla.
 Con la caída de la dictadura  y la fuga de Machado se iniciaba la Revolución del 33, que aunque terminó en frustración  cambió la historia cubana  en el siglo XX.