El 8 de mayo es el día del son cubano, porque en esa fecha, hace 100 años, vio la luz uno de sus mayores y mejores cultores: el Trío Matamoros.
Con ese motivo, Santiago de Cuba alista condiciones para el Festival Internacional MatamoroSon/2025, en coincidencia con varias efemérides: el aniversario 510 de la fundación de la Villa de Santiago de Cuba y aniversario 131 del natalicio de Miguel Matamoros (1894-1971).
Según los organizadores, el MatamoroSon/2025 consistirá en una celebración de encuentros, conocimientos y reconocimientos a las tres figuras santiagueras que dejaron una huella imborrable en el pentagrama cultural musical y patrimonial de Cuba y el mundo.
Formado por Miguel, Siro y Cueto, ese grupo musical llevó el ahora famoso ritmo a escala de nivel universal.
En esa fecha, por cierto, Cueto le presentó a Siro, de quien dijo que cantaba a las mil maravillas.
El homenajeado escuchó al candidato y después de pergeñar algunos acordes en su guitarra y los infaltables tragos de ron, crearon la prestigiosa agrupación.
Con posterioridad, de los tres emergieron temas como Son de la loma y Lágrimas negras, entre las más tarareadas, cantadas y recordadas composiciones del pentagrama nacional, aunque Miguel resultó el principal autor.
Su entrada al escenario musical impulsó el auge del son oriental al desarrollar los elementos melódicos y rítmicos del popular género.
El legendario trío estuvo en la palestra durante 35 años con gran reconocimiento en diversas latitudes, tanto de América como de Europa. Estuvieron 11 veces en Nueva York y actuaron en teatros como el Palladium y grabaron discos con la RCA Víctor.
En una de sus giras por la Ciudad de los Rascacielos, en 1934, conocieron a Carlos Gardel, quien enseguida simpatizó con los cubanos y de cuya música disfrutó.
Nacido en la barriada de San Germán, en la hoy Ciudad Héroe, a Miguel lo llamaban el Indio y desde niño mostró inclinación por la música; tal vez motivado por una filarmónica que le regaló su mamá.
A los siete años fue monaguillo en la iglesia del Cristo de la Salud, y luego se desempeñó en varios trabajos, entre ellos vendedor de agua, mecánico, pintor de brocha gorda, carpintero, mosaiquero, minero, chofer y hasta reparador de líneas telegráficas.
Sin embargo, el oficio que lo marcó para siempre fue el de “luthier”; fabricar guitarras lo prendó, al igual que los «bongoses, construidos con tonelitos de aceitunas, que llegaban de España», confesó en una entrevista.
El musicólogo Jaime del Castillo lo evocó para ofrecer una referencia histórica del género:
“….al glorioso compositor, músico y cantante don Miguel Matamoros, quien como testigo privilegiado y cultor mayor del son, nos hace una precisa y preciosa descripción del son en sus orígenes, cuando el tantas veces mencionado son cubano se encontraba en su fase embrionaria de la repetición variada de una sola guía o motivo poético, y llamado este último: el montuno”.
Y también con una cita del investigador Ned Sublette, quien lo consigna en el siguiente esclarecedor y luminoso pasaje:
“Matamoros cuando niño tocó sones y danzones en su armónica para entretener a los trabajadores de una fábrica de tabacos. En una entrevista, él recuerda los sones de su infancia: La Chispa de Oro era una sociedad en la calle San Antonio (Santiago de Cuba), donde sólo se bailaban sones. Los sones que se componían en aquel entonces no eran más que dos o tres palabras que se repetían durante toda la noche, como aquel son que dice: “Caimán, caimán, caimán, ¿dónde está el caimán?”, o aquel otro, “La pisé, la pisé, la pisé mamá, con el pie, con el pie, con el pie, na’má”.
Del Castillo precisa en una idea como surgió el género:
“El Son Cubano se procesó tal como un buen ron, vale decir, que pasó por varias fases, desde el sembrío de la caña de azúcar, su cosecha y corte, su paso por el trapiche, su destilación, la maceración en pipas, su envasado en botellas, y luego a la mesa del usuario, eso significa que el son cubano tiene su semilla en las rumbitas campesinas y en otros cantares populares, y que han sido paciente y cuidadosamente clasificadas por Danilo Orozco como proto-sones o soncitos primigenios.
“Las llamadas rumbitas campesinas fueron la gran placenta y la gran incubadora, que contienen, pero de forma parcial o por decir embrionaria, las primeras características y estructuras que definirían posteriormente al son cubano, como, por ejemplo, la típica inclusión del montuno; el señalado y original contrapunto rítmico, el mismo que va estableciendo el tejido musical identitario del son; el alegre guajeo del tres cubano…
“…el tempo rítmico que marca la clave; el refinado ritmo de la guitarra, acompañado del bongó y sostenido por el bajo; el estilo declamatorio a décimas, u otras métricas poéticas hispánicas del solista, y de igual forma la respuesta del coro; los nuevos timbres que se fueron incorporando gradualmente y en largo proceso al grupo instrumental”.
El son cubano no nació de la noche a la mañana, pasó por un lento, pausado y largo proceso. Está probado que nace en mérito al experto declamador o al juglar popular, en décimas y otras métricas poéticas españolas.
Según el estudioso, tanto el compositor, como el cantante, el coro o el músico, pensaban y estructuraban y creaban en idioma español y nunca en idioma africano.
De ahí se deriva que el género, base de posteriores modalidades (mambo, cha cha chá salsa o timba) resulta tan autóctono de Cuba como el tabaco, aunque en su origen confluyen raíces europeas y africanas.