Mientras se acerca el aniversario 105 del nacimiento de la heroína de la Sierra y el Llano Celia Sánchez Manduley, el 9 de mayo próximo, la memoria de los cubanos sigue inspirada por el ejemplo y las lecciones de una vida dedicada por entero a combatir y a trabajar sin descanso por la libertad y el avance de las ideas humanistas de la Revolución.
La primera mujer combatiente del Ejército Rebelde, al cual se incorporó como soldado desde marzo de 1957, luego de un accionar fecundo en la clandestinidad, mostró al morir con apenas 60 años el 11 de enero de 1980, la evidencia de la frase martiana que proclamó que la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
Había nacido en el poblado azucarero de Media Luna, situado cerca de las estribaciones de la Sierra Maestra, región que llegó a conocer como la palma de su mano y en la cual se formó como patriota de gran valentía y dotes organizativas, incluso antes de iniciarse la carga definitiva contra la dictadura batistiana.
Los nombres de Norma, Carmen, Lidiam, Caridad y Ali le sirvieron en el desempeño de muchas acciones cumplidas en su pueblo natal, en Pilón, Niquero, Yara y sobre todo en la ciudad de Manzanillo, como militante sin cargo del Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
Al igual que hiciera Frank País en la región cercana a la heroica urbe de Santiago de Cuba, preparó las condiciones para apoyar el desembarco de los expedicionarios del Granma, en 1956, el embrión de lo que sería el Ejército Rebelde, después de la dispersión originada por el bombardeo a que fueron sometidos en Alegría de Pío.
Aunque no en el momento y la fecha previstos, esa red pudo funcionar más adelante y lo que parecía casi imposible, se cumplió, como anunciara el líder Fidel Castro desde aquellos momentos.
Celia trabajó en lo adelante, antes de partir al combate en la guerrilla, en preparar destacamentos de combatientes de refuerzo, en el envío de armas, medicinas y otras tareas de respaldo al ejército del pueblo.
Su inteligencia y conocimientos cultivados al lado de un padre muy patriota y martiano, el médico rural Manuel Sánchez Silveira, junto al amor de su madre, doña Acacia y sus hermanas, hicieron de ella una niña y joven feliz, de carácter criollo e inclinado a la generosidad.
Cuentan que desde pequeña acompañó a su progenitor a las visitas realizadas a pacientes en medio del lomerío, incluso a lugares distantes y pobres, y allí vio como este no cobraba nada a los necesitados.
En el año 1953 la joven Celia y el doctor Sánchez depositaron el busto de José Martí, creado por la escultora Jilma Madera, en el Pico Real del Turquino, Sierra Maestra, en homenaje al centenario del Apóstol de la independencia cubana.
Ello hablaba de la fuerza de convicciones patrióticas. Esa muchacha se convirtió en la mujer madura que tuvo su primer bautismo de fuego en el combate victorioso del Uvero, en 1957, que bajo la dirección de Ernesto Che Guevara, adquirió la mayoría de edad en esa ocasión y las fuerzas revolucionarias comenzarían en firme el camino que los llevaría a la victoria final.