El ataque pirata al aserrío de Cayo Güín, del cual este primero de octubre se cumplen 52 años, ha sido una de las tantas fechorías cometidas contra la Revolución, por organizaciones contrarrevolucionarias radicadas en Estados Unidos.
En esa fecha, de 1963, aproximadamente a las 2 y 50 de la madrugada, al amparo de la oscuridad un barco pirata atacó ese objetivo económico, localizado en un sitio intrincado de la costa norte de la antigua provincia de Oriente, en el municipio de Baracoa.
Una nota del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias publicada al día siguiente del acto terrorista, aclaraba que el establecimiento maderero había sido destruido y “la embarcación huyó rumbo Norte”, después de incendiarla.
“Corrieron de regreso a Estados Unidos, su refugio natural,”, subrayó a la AIN más de medio siglo después Anael Rodríguez, uno de los involucrados en la extinción del incendio provocado por los terroristas en la única instalación económica del entonces humilde poblado de pescadores y obreros agrícolas.
“Nuevo ataque pirata a suelo cubano” enfatizaba el titular aparecido en la primera plana del periódico Revolución.
La zona había sido objeto de varios desembarcos de apátridas y mercenarios, y uno de los primeros que tuvo lugar en Cuba, tras el triunfo del Primero de Enero, ocurrió muy cerca de aquí, por Cayo Guaneque, indicó el entrevistado.
Serían las nueve o 10 de la noche del 30 de septiembre, pocas horas antes de aquella fatídica madrugada, el sereno del aserrío informó sobre ruidos semejantes a los del motor de un barco.
Relatan testigos que las Tropas Guardafronteras efectuaron un recorrido cerca de la costa, sin detectar nada anormal, aunque dentro del local los mercenarios habían puesto bombas imantadas, las cuales combinadas con el fósforo vivo, la gelatina y latas de gasolina dejadas por doquier convirtieron al aserradero en un infierno, en el que las llamas no dejaban respirar.
Mientras trataban de apagarlas y salvar el motor principal de la pequeña industria, ocurrió la explosión de una bomba, cuya onda expansiva arrojó a un vecino llamado Isaías a 40 metros de donde estaban: allí lo encontraron herido y sin conocimiento, y le aplicaron los primeros auxilios.
Cuando regresaron todo estaba envuelto en llamas, recogieron todos los cubos de la tienda y los de los vecinos, formaron una “cadena” desde el mar y lanzando agua sin descanso, durante varias horas, preservaron algunos equipos, los camiones y evitaron que las llamas se extendieran a las viviendas contiguas.
Los agresores dejaron proclamas en las cuales advertían que la segunda liberación de Cuba, comenzaba con ese sabotaje y el de Lucrecia, un faro de Camagüey, víctima anteriormente de otro acto criminal.
Una crecida del río Toa, que no daba paso, dilató hasta la noche la llegada de los bomberos desde Baracoa, los cuales se sumaron a la reconstrucción, pues el pueblo había entrado en acción y reparaba los daños con medios a su alcance.
Poco tiempo después la Revolución erigió, en Cayo Güín, un aserrío más moderno.
Pablo Soroa Fernández| Foto de Archivo
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30 Septiembre 2015
30 Septiembre 2015
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