A finales de 1958, un ayudante del dictador Fulgencio Batista encargó para el presidente trajes de campaña hechos a la medida porque se iba a los campos de batalla, al frente de sus tropas en Las Villas y Oriente, como había anunciado a los altos mandos militares y a su Consejo de Ministros, a los cuales les juró que no desertaría de la guerra ni tampoco abandonaría el país al enemigo.
Aquel oficial le creyó y pensó hacer historia junto a su jefe cuando éste derrotara a los rebeldes y se confirmara como el hombre fuerte de Cuba, pero lo que no pudo imaginar es que dos semanas después estaría sentado en una acera del campamento de Columbia desmoralizado y desarmado junto al resto de la guarnición, mientras los barbudos ocupaban la fortaleza que Batista dejó, quedando olvidado en la fuga su traje de campaña sin uso.
El dictador había establecido su residencia dentro de Columbia, la más importante instalación militar del país, pues nunca olvidaría que durante el ataque al Palacio Presidencial de 1957, su vida dependió de solo una simple puerta enmascarada tras su despacho por la que pudo huir segundos antes de la irrupción en el local de un comando que venía a ajusticiarlo.
Por la noche, lo tranquilizaban los ruidos de las tanquetas en su recorridos de guardia alrededor de la mansión y entonces podía entregarse a urdir una alucinante cadena de mentiras y manipulaciones que alcanzaría hasta a sus círculos más íntimos con la esperanza de que en el nuevo año, como en 1933, podría frustrar el movimiento revolucionario y conservar las fuerzas armadas como poder real .
A un mensaje de Estados Unidos, transmitido el nueve de diciembre por un enviado especial de ese país para que abandonara el poder y dejara una junta militar, guardó las apariencias y contestó que lucharía hasta el final, aunque accedió en secreto a las indicaciones del Departamento de Estado.
No obstante, decidió mentir y evitar que el colapso se precipitara en la capital y en el seno de sus tropas si supieran antes de tiempo que huiría.
Ordenó la preparación de tres aviones militares DC 4 para la fuga y elaboró la lista de los compinches que lo acompañarían, mientras su jefe de prensa divulgaba que los rebeldes habían sido derrotados en Las Villas y se replegaban hacia la Sierra Maestra, lo cual repitieron hasta el ridículo el propio primero de enero de 1959 los principales medios estadounidenses.
El 25 de diciembre, Batista asistía a la inauguración de la escultura del Cristo de la Habana en Casablanca, vestía traje claro, sin corbata y posó sonriente para los camarógrafos y fotógrafos al pie del monumento con los numerosos invitados para trasladar una impresión de tranquilidad que contrastaba con sus guardaespaldas, quienes miraban desconfiados a los alrededores de la colinas del monumento con los dedos en los gatillos de sus ametralladoras Thompson.
Una supuesta fiesta de fin de año en su residencia en Columbia fue concebida por el tirano como el acto final de su sainete y sirvió como pretexto para reunir a militares, ministros, políticos y sus familiares, los más comprometidos con los asesinatos y la corrupción del régimen, a quienes incluyó en la lista de 108 personas para abordar los tres aviones preparados para la fuga.
Además, los detalles de la farsa que ocurría su último 31 de diciembre como presidente, lo dispuso cuidadosamente y mandó hasta disponer que le rindieran honores militares, cuando se trasladara al avión, aunque los directores generales de toda la puesta en escena para frustrar el nuevo proceso revolucionario estaban en Washington.
A las 12 en punto …”a una señal de Batista, el general Eulogio Cantillo Porra, jefe de las fuerzas en la zona oriental, pidió la atención de los invitados a la que vez que planteaba: “Señor Presidente, los jefes de las Fuerzas Armadas consideramos que su renuncia a la Primera Magistratura de la Nación contribuirá a restablecer la paz que tanto necesita el país. Apelamos a su patriotismo…”
Los que no estaban en el secreto se quedaron más fríos que un témpano de hielo.
Batista no perdió tiempo en responderle: ” Renuncio forzado por las autoridades eclesiásticas, los hacendados y colonos, por los que se pasan al enemigo, por los que no han ganado ni una escaramuza frente a los barbudos…” según cuenta el periodista Luis Báez en su artículo La Caravana de la derrota, publicado en el portal Cubadebate el tres de enero de 2004.
El General Cantillo encabezaría un supuesto golpe militar en componenda con el dictador y siguiendo el plan de la embajada y el gobierno estadounidense en La Habana para impedir el ascenso al poder de la Revolución.
De esta forma el militar traicionó sus compromisos establecidos con Fidel Castro en un encuentro que sostuvieron en las inmediaciones de Santiago de Cuba el 28 de diciembre, de proceder a detener a Batista y sublevar las unidades militares contra el régimen bajo el mando del Ejército Rebelde y otros movimientos insurreccionales.
Pero pocos de los presentes estaban al corriente de la conspiración y al oír al dictador renunciar, nadie se acordó de congratularse por el nuevo año ni terminar de comerse las 12 uvas y se inicio la estampida.
Salieron los tres aviones y el que conducía a Batista aterrizó en Santo Domingo, bajo el refugio del dictador Anastasio Trujillo, mientras los otros dos se dirigieron a los EE.UU.
Algunos tomaron el avión vestidos de smoking y las mujeres con trajes largos y cargadas de alhajas y sin equipajes, otros mejor informados pudieron embarcarse con sus maletas llenas de dinero y joyas.
El colmo del despiste lo mostró el vicepresidente Rafael Guas Inclán que esa noche se encontraba cazando patos lejos de La Habana.
A diferencia del político, el coronel y notorio asesino Esteban Ventura Novo, en cuanto sospechó de la huida del tirano, abandonó a una corista con la que esperaba pasar la noche en el Hotel Riviera y llegó a tiempo para tomar uno de los aviones.
El primero de enero triunfaba la Revolución, se rendía Santa Clara y todo el ejército batistiano ante el empuje de los rebeldes y la huelga general ordenada por Fidel desde la ciudad de Palma Soriano, cuando lanzó la consigna de “Golpe militar no, Revolución sí”.
Los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara ocuparían la ciudad militar de Columbia y la fortaleza de la Cabaña los días dos y el tres de enero, respectivamente, y Fidel sería recibido en una manifestación apoteósica en La Habana el ocho para iniciar una nueva era de la historia nacional.