El mariscal Wilhelm Keitel, comandante en jefe del ejército alemán, vestido por última vez con su entorchado traje de gala fue conducido el 9 de mayo de 1945 a firmar el acta de rendición incondicional de las fuerzas nazis de tierra, mar y aire en el salón principal de un antiguo casino de oficiales en Karlshorsten, Berlín, ante altos jefes militares y políticos aliados.
La ceremonia resultó breve y después de estampar su rúbrica, Keitel hizo un saludo militar a los representantes del mando soviético, francés, británico y estadounidense que no le correspondieron y de inmediato fue sacado del salón por sus escoltas, mientras empezaron los brindis entre los presentes por la victoria sobre el fascismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Seis años antes, cuando todo parecía favorable al proclamado milenio nazi, el primero de septiembre de 1939, el ejército de Adolfo Hitler atacó de forma sorpresiva e injustificada a Polonia, en tanto Reino Unido y Francia, aliadas de la nación invadida, pocas horas después le declararon la guerra a Alemania.
La URSS había firmado un tratado de no agresión con Alemania en agosto de 1939, tratando de ganar tiempo en acrecentar su poderío bélico para hacerle frente a una agresión fascista.
Ellos consideraban cuestión de tiempo un ataque fascista, ya que Reino Unido y Francia, rechazaron o respondían con evasivas todas las propuestas del Kremlin de crear una alianza común para detener la agresión de Hitler en Europa, según argumentaron las autoridades soviéticas de la época.
También por declaraciones oficiales de la URSS se explica que al atacar Alemania a Polonia, con la que ese gran país tenía también fronteras, el Ejército Rojo decidió invadir a esa nación con la finalidad de impedir que las tropas alemanas al ocupar la región oriental polaca se acercaran a sus fronteras.
De esa forma, ese territorio se mantuvo fuera de la contienda hasta el 22 de junio de 1941, fecha en que los germanos también en otro ataque por sorpresa, iniciaron la invasión por toda su frontera occidental desde el Mar Báltico al norte y el Mar Negro, al sur, con cerca de cinco millones de hombres, más de tres mil tanques y miles de aviones en un frente de alrededor de cinco mil kilómetros.
Comenzó así para el pueblo soviético La Gran Guerra Patria, en la que parecía al principio imposible superar el torrente de tanques y soldados invasores en su avance hacia Moscú. Mientras en el frente contra Reino Unido y Francia en este último país, no se realizaban mayores operaciones estratégicas, por lo que fue llamada La Guerra Extraña.
La primera gran batalla defensiva ganada por los soviéticos se libró a menos de 30 kilómetros en las llanuras cercanas a Moscú que era atacada por el grupo de ejércitos alemanes integrados por dos millones de uniformados diezmados en cerca de medio millón y la destrucción de más de los dos mil tanques, cañones y aviones, lo que obligó a una retirada del agresor de cientos de kilómetros de la capital soviética.
Después vendrían las victorias de Stalingrado en 1943, de Kursk en 1943, que sentó las bases para la expulsión de los invasores de todo el país a finales de 1944; y el inicio de la campaña de Liberación de Polonia, Rumanía, Hungría, Austria, Bulgaria y Yugoslavia junto a miles de guerrilleros que ya habían derrotado a buena parte del ocupante fascista y Checoslovaquia.
El Ejército Rojo entró en territorio alemán y tomó Berlín en mayo de 1945 para izar la bandera roja sobre el Reichtag, victoria que se alcanzó al precio de más de 20 millones de vidas y la destrucción de más de la tercera parte de la riqueza nacional de la Unión Soviética.
Parecía hace 80 años que, en 1945, con la rendición alemana en mayo y del imperio japonés en agosto, que el mundo por fin iniciaba una nueva etapa de paz bajo el sistema de las Naciones Unidas para erradicar por siempre las guerras de conquista, pero la realidad fue muy distinta.
Hoy se pueden comprobar por documentos desclasificados de Estados Unidos que el Pentágono elaboró la Operación Dropshot, que tuvo varias fechas para iniciar un ataque sorpresivo al estilo nazi a su antiguo aliado con 133 bombas atómicas que lanzarían bombarderos estratégicos contra 70 ciudades soviéticas, incluida Moscú y capitales de Europa del Este en un período de 30 días para liquidar el socialismo de la faz de la tierra junto con media Europa y Asia.
Pero al parecer la obtención del arma atómica por los soviéticos en 1949, persuadió a las mentes más calenturientas del Norte que una agresión de ese tipo tendría una terrible respuesta.
En su lugar se iniciaría más de medio siglo de Guerra Fría y otras no tan frías de agresiones imperialistas, en la que los métodos de EE.UU. recuerdan mucho a los de los nazis representados por el Mariscal Keitel, quien pagó sus crímenes en la horca por su participación en la planificación y realización del ataque sorpresivo a la URSS y en otros delitos de lesa humanidad en el Juicio de Nuremberg de 1946.