La carrera del alma: Kenya y la plata de los inmortales

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ACN - Cuba
Boris Luis Cabrera Acosta | Foto: World Triatlón
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24 Junio 2025

La Habana, 24 jun (ACN) En la Plaza Santa Cruz de Huatulco, el sol no daba tregua, los cuerpos ardían, la tierra respiraba vapor.

   Allí, entre los truenos de bicicletas y el zumbido del mar, Alejandro Rodríguez —Kenya para los suyos— se convirtió en leyenda. Medalla de plata y primer lugar del corazón de un país que lo ve, por fin, alzar vuelo.

   Fue su primera Copa Mundial de Triatlón y aún así, con el alma repleta de dudas, escribió con sudor uno de los capítulos más intensos de la historia reciente en Cuba de este duro deporte.

   Plata, sí, pero también sangre, gritos, lágrimas.

   Setecientos cincuenta metros de natación, el océano no acariciaba, golpeaba. El grupo se lanzó como una manada de lobos, rompiendo las aguas con violencia.

   Kenya se hundió y emergió como si escapara de una vida que ya no quería. Cada brazada era una frase: «Estoy aquí, no me rindo, no soy uno más».

   Salió del agua entre empujones y corrientes. No era el más fuerte ni el favorito, pero la mirada… la mirada era de acero.

   Veinte kilómetros de ciclismo lo esperaban. Curvas traicioneras, viento lateral y piernas que, tras la natación, ya empezaban a protestar. Pero el héroe de esta historia no escuchaba al dolor. 

      Solo al instinto. Solo a esa voz que desde Cuba le gritaba que no estaba solo, que en cada pedalada iba su madre, su entrenador, sus amigos, su pareja, y también aquellos que jamás creyeron en él.

   En mi mente estaba todo lo que he vivido: derrotas, éxitos, dudas, sueños que parecían imposibles. Y pensé en todos los que confiaron en mí… y más aún, en los que no lo hicieron,   declaró a la ACN.

    Recortó posiciones, una tras otra, hasta colocarse en un grupo donde ya nadie lo ignoraba. Kenya, el de Cuba, el que vino sin promesas ni palmarés mediáticos, se estaba metiendo en la conversación grande.

   Quedaban cinco kilómetros de carrera a pie. Cinco mil metros en los que todo podía derrumbarse. Pero entonces ocurrió lo extraordinario: Alejandro Rodríguez Diez corrió como si el mundo se le acabara.

   Con las piernas acalambradas, con la boca seca, con los pulmones pidiendo auxilio… corrió. Y fue el más rápido. Catorce minutos y 57 segundos que valen una vida.

   Voló, superó al chileno Diego Moya. Rebasó al mexicano Aram Peñaflor. Se coló entre los grandes. Solo el israelí Shachar Sagiv cruzó antes la meta. Pero ni él, ni nadie, tuvo el aura de lo que hizo Kenya: el mejor tiempo del evento en el último segmento, en la disciplina más cruel, cuando el cuerpo ya no puede y solo queda el alma.

   Y al cruzar la línea, se derrumbó. Lloró el Kenya al cruzar la meta. Lloró como lloran los hombres que han caminado sobre brasas para alcanzar un sueño. Y en esas lágrimas, saladas como el océano que minutos antes lo había desafiado, estaba contenido el peso de una vida de sacrificios. Una vida resumida en 55 minutos y 7 segundos de absoluta entrega.

   Los entrenamientos son la verdadera competencia, explicó a la ACN.

   Allí solo se va a dar un espectáculo. Si te preparaste bien, tu cuerpo soportará todo lo que tu mente le mande, agregó.

   Kenya pasó del anonimato al escalón 66 del ranking global, en América ya es el número 11. Subió 42 puestos en una sola carrera. Nadie lo vio venir, pero él sí, desde el 2018 —cuando se dedicó a este deporte de manera profesional— ya había imaginado ese momento, ya había visualizado el podio.

   La felicidad de lograr esto no tiene explicación. Es como si tuvieras un video en la cabeza de todo lo que has hecho, y de pronto te das las gracias a ti mismo por no rendirte nunca, dijo emocionado.

   Ahora sueña con nuevos retos o tal vez con los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028. Lo cierto es que ya ha vencido. Ha vencido a la duda, a la estadística, al olvido. Porque no todos los días un hombre corre no con sus piernas, sino con su historia a cuestas.

   Y cuando lo hace, como lo hizo Kenya en Huatulco, el mundo entero se detiene a aplaudir.